112 – JUSTAS DE LA REINA SANCHA (III)

A veces, el destino nos enfrenta a lo que más tememos. Por mucho que tratemos de evitarlo, nuestros miedos acechan detrás de cada esquina. Todo lo que hemos tratado de evitar acaba volviendo, más fuerte que nunca. Y sólo existe una manera de cortar este ciclo infernal de miedos y titubeos: enfrentándonos a él.

Así se sentía Ventisca cuando tuvo que enfrentarse a su destino, nuevamente. Aunque la volátil criatura prefería flotar entre tormentas y sentir la electricidad estática por su piel, la algarabía y el ruido habían atraído su atención y se  dignó a posarse en Instántalor. El gozo y el disfrute eran sensaciones ajenas para ella, pero mientras caminaba por entre la multitud, una pequeña parte de su interior que parecía marchita, renació. Los aleteos de su inconsciente le trajeron recuerdos, olores, sensaciones y experiencias que no eran suyas, pero que bien podrían serlo. Se trataba de la vida pasada de su otra mitad, Brisa. El eco de sus recuerdos cobraban vida entre el bullicio, estableciendo un paralelismo entre la vida feliz que tuvo con su familia, allá en los cielos.

Tales sensaciones eran totalmente ajenas para Ventisca, el Avatar del Caos, una criatura surgida de los vapores del inframundo y destinada a hundir a Calamburia en un abismo de sangre y fuego de la mano de Kashiri, la Emperatriz Tenebrosa. Pero por una vez, solo por esta vez, Ventisca sintió que podría haber sido algo más. Algo diferente.

Mientras caminaba altanera y distraída por la multitud (la cual se abría a su paso al detectar su aura de peligro), sus delicados pies la llevaron a un apartado callejón, lejos del ruido y las risas. Nunca supo como pudo acabó allí, pero los miedos siempre logran encontrarnos por mucho que intentemos huir de ellos.

Una energía extraña crepitaba en el callejón. Un viento antinatural soplaba removiendo la basura y la inmundicia que se esparcía por el suelo. Ventisca empezó a acumular poder porque sentía que el peligro acechaba.

Con un enorme crujido, la realidad se partió en dos y en el fondo del callejón se abrió una enorme grieta en el aire, como una herida supurante. Del portal abierto, zarcillos de locura y caos se extendían en forma de tentáculos de magia descontrolada, azotando las paredes y ventanas del callejón. El viento antinatural soplaba con fuerza y agitaba el pelo de Ventisca, pero ella parecía totalmente inmune a su efecto. Su mirada estaba clavada en el centro del portal, hacia el cual fue acercándose lentamente. Podía ver imágenes en su núcleo, imágenes de otras realidades, otros mundos. Lugares en el que ella, Ventisca, era feliz. Era amada. No estaba sola. Era una criatura con recuerdos, memorias sueños y no sólo la mitad extirpada y oscura de un ser puro y brillante.

La Guardiana del Inframundo fue aproximándose al portal extendiendo la mano, mientras los zarcillos de magia la envolvían en un macabro abrazo, atrayéndola a su interior.

– ¡Atrás mi señora! ¡Hermanos Juramentados, en formación!

Del fondo del callejón, surgieron en tropel una multitud de guerreros y guerreras vestidos de rojo carmesí, así como Nómadas y miembros del Clan del Ciervo Gris, portando un extraño aparato a los hombros. Los porteadores hincaron la rodilla en tierra con sus resoplidos mientras otros trasteaban el extraño artilugio, apretando botones y palancas. Varios de los Hermanos Juramentados arremetieron con sus espadas bendecidas por el Titán cortando zarcillos de energía, mientras la grieta profería un extraño grito gorgoteante, como si estuviese viva.

– ¡Aguante! ¡No es real! ¡Si entra en esa grieta, no podrá salir jamás! – gritó el líder de la Hermandad Juramentada.

Ventisca miró fijamente las posibles realidades en las que era feliz. Y vio la mentira de esas realidades. En esos mundos, ella había dado la espalda al poder, a la destrucción, a las lágrimas de las viudas. Y eso, era peor que estar muerta. No podía cambiar lo que realmente era: El Avatar del Caos.

Con un grito, juntó las manos y expulsó un chorro de oscuridad hacia las múltiples realidades que se mostraban ante ella. Sus imágenes fragmentadas, felices y con una vida plena vieron con horror como un rayo de vileza y maldad acababa con todo lo que amaban y con sus propias vidas. Ventisca destruyó cientos de realidades, cientos de mentiras donde otras era nfelices y plenas. No dejó de gritar y de expulsar el abismo de oscuridad que se escondía en su interior hasta que las erradicó todas.

Si ella no iba a alcanzar la paz, nadie lo haría.

Los tentáculos del portal se agitaron con espasmos y el viento arreció hasta convertirse en un auténtico huracán. Algunos héroes salieron volando, pero a un gesto del líder de los Hermanos Juramentados, accionaron el extraño dispositivo. Una poderosa onda de electricidad salió disparada e impactó contra el portal, provocando un ululante grito similar a un chirrido. Poco a poco la herida en el aire fue cerrándose hasta que no quedó nada que indicase que un portal que daba al Caos del Mälestrom acababa de ser cerrado.

– ¿Está bien, mi señora? A veces este artefacto de los inventores no es muy de fiar, pero hemos cerrado varios portales de estos a lo largo de Calamburia. Debería ir con más cuidado, no son tiempos muy seguros – dijo el líder, mientras trataba de ayudar a incorporarse a sus compañeros.

Ventisca no le escuchaba. Con un simple gesto de las manos, empezó a levitar y se alzó hacia los cielos. Era hora de cazar tormentas.

Pero no fue la única Guardiana del Inframundo que se enfrentó a sus miedos ese día. Al otro lado de la ciudad, Kashiri, la Emperatriz Tenebrosa, estaba atrapada entre las fauces de una gigantesca Sierpe, sujetando con ambas manos sus mandíbulas y tratando de no morir partida en dos.

Cuando Kashiri escuchó los familiares rugidos, acudió como tantos otros curiosos a las puertas de Instántalor para ver como una monstruosa criatura serpentina destrozaba las casas que no se hallaban bajo el refugio de las murallas. Los antiguos miedos despertaron en su interior; aunque más pequeña y escuálida, la criatura recordaba ciertamente a la única criatura que fue capaz de doblegar el poder de la Señora del Inframundo: El Dragón.

Pero Kashiri no era de las que huía del miedo, sino que lo destruía con sus propias manos. Es por eso que se abalanzó contra la criatura, dispuesta a reducirla a cenizas con su magia y demostrar que el miedo no sería su verdugo, sino su arma.

Con lo que no contaba, es que alguien había minuciosamente dibujado glifos protectores que anulaban los campos mágicos a lo largo de todas sus escamas, por lo que la criatura era sorprendentemente resistente. Kashiri se había precipitado lanzándose de cabeza a un baile mortal en el que no podría usar su increíble poder.

Tampoco preocupó mucho a la Emperatriz Tenebrosa: necesitaba desfogarse. El público de semejante combate contempló boquiabierto como la pequeña figura de la Guardiana se enfrentaba a la enorme mole de la criatura serpentina en un combate cuerpo a cuerpo, esquivando los coletazos y encajando sus poderosos puños en el cuerpo de la criatura, provocando rugidos de enfado. Kashiri aprovechó su reducido tamaño para trepar por el lomo de la criatura, lo cual incitó a varios héroes y heroínas de las justas a hacer lo mismo. A pesar de los intentos de agitar su cabeza, la criatura no pudo evitar que Kashiri trepase hasta su ojo y con un grito triunfante, se lo arrancase con las manos desnudas.

La Sierpe enloqueció y se agitó espasmódica, lanzando a la Guardiana por los aires y cazándola al vuelo entre sus fauces. Así se encontraba, forcejeando a pulso con la iracunda criatura. Quizás sus miedos iban a vencerla. Quizás el Dragón había dejado una marca indeleble en su corrompida alma y nunca volvería a recuperar todo su poder.

Pero no fue ese día en el que descubrió la respuesta a tales preguntas. Y es que, uno de los héroes que había trepado a la cabeza de la Sierpe, guiado por Kashiri, se irguió cuan alto era y gritó “!Lars!”, plantando su espada en el cráneo de la criatura.

El monstruo chilló de agonía y de dolor y se derrumbó en el suelo, escupiendo a la Emperatriz Tenebrosa.

El público aplaudió la gesta, y mientras un miembro del Clan del Ciervo Gris levantaba la mano del campeón y gritaba “Aclamad a Lars, Tocado por la Locura”, Kashiri, arrancó un diente del monstruo. Analizándolo con cuidado, estudió los glifos que recorrían su superficie y susurró con ira:

– Van Bakari.