Una sola nube. Segunda Parte

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El día toca a su fin y la tierra se pinta de tonos cobrizos. En la Puerta, Adonis y Quasi disfrutan de algo de sombra, pues el Sol queda a sus espaldas. En el desierto bajan las temperaturas y empieza a soplar un viento frío procedente del sur.

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Quasi entra en la pequeña garita que les sirve de hogar y vuelve con dos levitones.

-Quasi -piensa Adonis mientras se abriga-, ¿te has parado a pensar qué habrá más allá del desierto?

-La torre de Skuchain, donde estudian los Impromagos.

-Ya, ya… pero ¿y más allá? ¿Qué hay?

-Pues… creo que nada.

-¿Nada de nada? Algo tendrá que haber, Quasi.

-No sé. ¿No teníamos un mapa de Calamburia en alguna parte?

-Lo que quiero decir, Quasi, es si no te gustaría averiguarlo por ti mismo. Nunca nos movemos de aquí.

-Espera, ya sé por dónde quieres ir, pero esta vez no vas a engañarme. Quieres convencerme de que no estoy aprovechando mi vida. Pero sí la aprovecho. Estoy aquí, en la Puerta, y es donde quiero estar. Me conformo con eso.

-Tú te conformas con mirar nubes. ¡Pero yo te hablo de disfrutar del amor, Quasi! ¡Vive, experimenta las caricias de las mujeres! Mira, ya sé que abandonar tu puesto puede ser un suicidio, pero podemos arreglarlo. Escribiremos una carta a tu amada y le pediremos que venga a visitarte, igual que hacen las mujeres que desean conocerme. Le daremos la carta al próximo comerciante que veamos, ¿Qué ta parece?

-No es necesario. Ya te he dicho que me conformo con lo que veo.

-¿Esa nube?

-Sí, esa nube.

-Quasi, no te comprendo. Llevamos años juntos y no te comprendo.

-La nube sigue en su sitio, Adonis.

-Mañana ya no estará. El Sol la disipará.

-Es posible. No importa.

-¿Por qué? ¿Por qué no importa?

Pero Quasi no dice nada. Sigue observando aquel pedazo de algodón sobre un cielo cobrizo. La nube no se ha movido de su sitio en todo el día, y no lo hará. Hoy no.

Justo sobre ella, y si uno agudiza la vista, puede verse un templo de corte clásico. Una suerte de gigantesco panteón que sobrevuelan cientos de seres de ropas níveas. Adonis, tan centrado en contar sus dunas, no se ha dado cuenta de este detalle. Pero Quasi lleva todo el día mirándoles volar de un lado a otro. Se preparan para bajar a tierra, seguro. Quién sabe con qué elevadas intenciones.

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Quasi solo les vio de cerca una vez, cuando era niño. Sin embargo no necesitó más para enamorarse. Desde entonces no ha dejado de recordar a su amada, y no ha tenido otro amor, ni lo ha necesitado, pues la belleza de su aisea, como se les llama a los Seres del Aire, supera a la de cualquier mortal.

Poco le importan las dunas, y cuántas haya en toda la tierra de Calamburia. Él sonríe observando su nube, con la esperanza de que los aiseos vuelvan a descender. Quién sabe si, por un azar, su amada estará entre ellos.

Pero aun si no descendiera, si esta vez no le toca a ella visitar los reinos terrestres, Quasi continuará esperando, beneficiándose de la longevidad que le proporciona la Puerta del Este para aguardar hasta el día de su anhelado reencuentro. Quizas pasen días, años o centurias enteras…

En realidad, no importa.

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