Los porteros, Adonis y Quasi, jamás se habían enfrentado a un enemigo de calidad. Las Puertas del Este no habían contenido más que alguna partida de bandidos ocasional. Por tanto, y a pesar de las interminables horas que ambos habían destinado a la vigilancia, ninguno conocía el alcance de su poder.
Guardar la Puerta les proporcionaba ciertas habilidades sobrenaturales, pues el lugar había sido construido, en parte, mediante los hechizos del Archimago. Ninguno podía envejecer, y disfrutaban de ciertas habilidades telepáticas gracias a las cuales mantenían largas y triviales conversaciones sobre el estado de las dunas en el desierto, la cantidad de horas que tenía el día, o cuántas nubes recorrían el cielo.
Sin embargo, cuando el ejército de no-muertos encabezado por la Emperatriz Tenebrosa dibujó una línea gris en el horizonte, los dos Porteros comprendieron que había llegado la hora de la verdad. Al fin iban a ganarse su puesto.
Por desgracia, ninguno tenía un manual de instrucciones sobre el poder de su emplazamiento. No había forma de averiguar cómo defenderse contra todo un ejército de cadáveres andantes.
Mientras el enemigo salvaba una duna tras otra, los vigilantes mantuvieron una rauda conversación mental:
–¡Adonis!
-¿Sí, Quasi?
-¿Cómo vamos a quitarnos todo ese ejército de en medio?
-Estoy pensando, Quasi. Esta puerta debería proporcionarnos el poder necesario para hacerlo.
-Ya, ya… ¡pero cómo! Quiero decir… ¿qué hacemos?
-Pues no sé, quizás con pensarlo sea suficiente. Igual que hacemos cuando nos atacan los bandidos.
-No puede ser tan fácil, Adonis. ¿Pensamos en quitárnoslos de encima y ya está? ¿Desaparecen sin más?
-Pues sí, desaparecen sin más.
El ejército de Kashiri estaba cada vez más cerca. La Emperatriz iba a la cabeza, esbozando una media sonrisa, como si ya percibiera la victoria. Conquistar la Puerta del Este era un objetivo de gran importancia. Aquél era el último bastión antes de alcanzar el palacio de la reina Urraca.
-¡Adonis, qué hacemos! Están muy cerca.
-No se me ocurre nada, Quasi. Intentemos detenerlos con el pensamiento, como hacemos siempre.
-Entonces, ¿lo pensamos sin más?
-Sí, lo pensamos sin más. ¡Vamos!
A una señal de sus mentes, ejercitadas durante años para trabajar al unísono, la Puerta del Este quedó protegida por una gigantesca muralla de energía. De la muralla empezaron a surgir relámpagos de color rojo iridiscente que, cayendo sobre los cuerpos de los no-muertos, los reducían a cenizas en un segundo.
Kashiri apretó los dientes de ira. Aferró su báculo con ambas manos y lanzó el poderoso hechizo de Aniquilación, pero, para su sorpresa, éste dio contra el muro y se disipó sin ningún efecto.
-¡Lo logramos, Quasi! ¡Te lo dije! –Pensó Adonis.
-Me lo dijiste, es cierto. Me lo dijiste
-No respondas. No digas nada. Sólo mantente concentrado. Así los venceremos.
Los cadáveres se desintegraban por la fuerza de los rayos, y aquellos que llegaban hasta el muro, también desaparecían sólo con tocarlo. Kashiri estaba ciega de ira. ¿Sería posible que aquellos dos Porteros vencieran a todo su ejercito? ¡No, no podía ser! ¿Pero cómo salvar sus defensas? ¿Cómo?
-¡Ventisca! -elevó un grito al cielo; a los nubarrones grises que ya se formaban encima de su cabeza.
Las nubes se enroscaron en una espiral; de su epicentro surgió el Avatar del Caos, Ventisca. Sus ropas se agitaban a merced de un vendaval iracundo. Descendió de las alturas lentamente, con su vista clavada en los Porteros. Adonis reforzó su concentración, con la esperanza de que la Puerta les protegiera de un enemigo volador. Quasi, sin embargo, quedó petrificado.
Allí estaba. El sueño de tantos días de guardia, su adorada Brisa, descendía al fin de los cielos. Estaba cambiada, muy cambiada, pero continuaba igual de hermosa. El corazón empezó a latirle con fuerza, como si luchara por escapar del pecho, y su mente, hasta entonces concentrada en la defensa, visualizó un sólo pensamiento. El de la Dama Celeste, el único amor que había tenido en la vida.
El muro de energía parpadeó.
-¡Quasi, concéntrate! –gritaron los pensamientos de Adonis.
Pero fue demasiado tarde, Kashiri, rauda, aprovechó aquel despiste para lanzar toda su furia. Un nuevo hechizo de Aniquilación hizo pedazos la defensa, y los muertos vivientes invadieron la Puerta del Este.
–¡Quasi! –llamó Adonis, mientras se lo llevaban en andas- ¿Qué te ha sucedido? Hemos fallado a la reina, compañero… ¡amigo! ¡Hemos perdido nuestro hogar!
Pero el otro no respondió. Ya no escuchaba a su compañero. La Puerta del Este había caído, y con ella, se había cortado el poder de la telepatía. El don de la longevidad también desapareció, de forma que Quasi empezó a notar que los estragos de la vejez se apoderaban de sus miembros. Sin embargo no le prestó atención. Nada le importaba ya. Su rostro, cada vez más lleno de arrugas, se había transformado en la viva imagen de la pena. Sus labios, cuarteados y descoloridos, musitaron una sola frase:
-Brisa… ¿qué te ha ocurrido?