Dicen los entendidos que el arte se vive desde las experiencias, y que aquellos que más han vivido son capaces de crear obras maestras. El músico necesita sufrir para componer buenas trovas, loas y endechas. El arte, el buen arte, tiene un precio.
Tal vez, quienes defienden esta teoría no estén muy equivocados, al menos, así ocurre con los dos de los trovadores más famosos de Calamburia: Artemis Daeron y Olazir. Quienes les han escuchado pueden afirmar que no hay mejor música que la que ellos componen. Su fama es tal, que cuando los trovadores se mueven a una nueva ciudad arrastran consigo un auténtico ejército de admiradores. Las gentes recorren kilómetros para escuchar, aunque sea de lejos, el cántico de su laúd y el romance de sus composiciones. Lloran los ancianos, se enamoran las jóvenes, y los muchachos sueñan con abandonar sus vidas para seguir los pasos del arte.
Lo que pocos saben, es la triste historia que se esconde bajo esa apariencia de felicidad y armonía.
Olazir creció en el seno de una familia de ocho hermanos. A pesar de ser el más pequeño, su padre, un recio capitán de Instántalor, le introdujo en el entrenamiento de la espada. Olazir apenas podía sostener un mandoble cuando empezó a practicar con sus hermanos mayores. Los golpes, los insultos y las interminables horas de guardia se convirtieron en una tortura diaria que, no obstante, terminaron por transformarle en un guerrero sin parangón. Cuando alcanzó la adolescencia, era el mejor soldado de cuantos había en el reino… aunque aún no tuviera edad para ser armado caballero.
Sin embargo, Olazir no ansiaba la vida militar. En su corazón había penetrado un sueño más poderoso: la visión de Anaís, la hija de unos acaudalados mercaderes, que vivían frente a su puerta. Los ojos de la muchacha tenían el color del atardecer; y así, cada vez que Olazir no la descubría asomada a su balcón, se regocijaba imaginándosela en los últimos rayos del sol.
Cuando su padre descubrió aquel amor se puso furioso. No era momento de casamientos, y menos aún con la hija de un mercader. El joven fue encerrado en una prisión. No saldría de allí hasta que sus humores desaparecieran. Tardó dos años y medio.
Tras su liberación, descubrió que los mercaderes se habían mudado. Olazir jamás volvió saber nada de Anaís,
Sin embargo, su largo encierro motivó un pensamiento firme en su interior. Jamás volvería a traicionar sus sueños y sus sentimientos. Haría, a partir de aquel día, lo que su corazón dictase. De este modo colgó la espada, tomó el laúd y marchó por la tierra, vertiendo su desamor por doquier.
Pero el caso de Artemis no es menos triste. Él no creció en una familia acomodada, sino entre el polvo y las alimañas, semejante a cualquier huérfano y trotamundos. Cuando contaba nueve años fue acogido por un pobre artista itinerante. Aquel hombre poco sabía de música y cuentos, pero logró que en Artemis se despertara un don excepcional. De este modo, cuando tocaba el muchacho y no el viejo, ambos terminaban cenando caliente y durmiendo a resguardo. Aquel pobre borracho, sin saberlo, había descubierto un prodigio.
Por desgracia, cuando parecía que el futuro sonreía al joven trotamundos, ocurrió la tragedia. Su maestro fue acorralado por una banda de ladrones. Llevaban meses persiguiéndoles, atraídos por su creciente fama y el engorde de su bolsa. Les sorprendieron una noche en un callejón y, sin mediar palabra, acuchillaron al anciano trovador. Artemis no tuvo valor para enfrentarse a aquellos hombres. Observó horrorizado cómo arrebataban el dinero y la vida de su único padre, y cómo desaparecían entre risas jactanciosas.
Desde aquella noche, Artemis no volvió a ser el mismo. Su alegría, sus buenas formas y su ínclito aspecto esconden una amargura que le corroe el alma. Semejante tristeza sólo tiene una forma de salir: la música.
Puede que ningún habitante de Calamburia entienda qué motivaciones dirigen los cánticos de estos trovadores, de dónde sale la fuerza con la que rasgan las cuerdas de sus instrumentos. No, puede que nadie sea capaz de entender su tristeza, y con toda seguridad, ellos jamás lo declararán a viva voz. ¿Qué solucionaría eso? No regresarán sus seres queridos, ni habrá modo alguno de poner fin a su desdicha. Continuarán recorriendo el mundo, despertando sueños, conmoviendo espíritus, agregando más y más seguidores. Seguirán haciendo aquello que necesitan hacer más que nada en el mundo, aquello para lo que quizás hayan nacido.
Al fin y al cabo, el arte, el buen arte, tiene un precio.
LOS TROVADORES
Presentación
Son el suave suspiro de un flautín. Son el vibrato emocionado de un tenor. Son los lamentos de un violín. ¡Son el retumbar de un tambor! ¡Abran paso a los avatares de la música, a los paladines de la melodía! ¡Los trovadores de Calamburia!
La Pareja
Olazir
Es el adalid de amor, la paz y la concordia. Su música apacigua a las fieras y ahuyenta los malos humores. Odia el rencor y la competitividad, pero ya que ha sido elegido para competir en el Torneo, piensa derrotar, con mucho arte, a todos y cada uno de sus contrincantes. ¡Es Olazir, el jilguero del norte!
Artemis
Ama el arte y desprecia el vulgarismo. Pero no os fieis de su alegre apariencia, pues el laúd y la sonrisa no son más que una densa máscara, tras la cual se oculta un alma torturada. ¡Es el Virtuoso de la Melodía, el dueño de la trova! ¡Es Artemis Daeron!