33. LA VIGILIA DEL ENAMORADO

La Puerta del Este volvía a enfrentarse a las hordas de Kashiri. Antaño, el enorme portón erigido hacía centurias fue destruido, pero la magia del Archimago y los hortelanos contratados por la Reina reconstruyeron la arcada. Ahora, la nueva Puerta del Este ponía a prueba sus defensas –físicas y mágicas- contra el mismo enemigo. Esta vez, los porteros conocían el alcance de su poder, de modo que se habían preparado a conciencia para detenerles. Adonis y Quasi tenían un vínculo telepático como nunca: pensaban y actuaban al unísono, en una comunión perfecta de acciones y reacciones.

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El ejército de Kashiri apareció por el horizonte, precedido por un vendaval que, para Quasi, trajo un aroma embriagador.

Concéntrate –le indicó su compañero por telepatía.

Quasi obedeció. Amaba a Ventisca, desde siempre. Ella era la única mujer a la que había dedicado sus pensamientos, aquéllos que incluso Adonis desconocía. No obstante, sabía que eran enemigos, que el destino les había colocado en bandos opuestos.

¡Alcemos las defensas de la Puerta! –indicó a Adonis.

Dos porteros contra todo un ejército. No era la primera vez que lidiaban contra un enemigo que les superaba en número; a decir verdad, aquello era lo habitual. El tamaño del ejército no importaba, siempre y cuando ambos mantuvieran la conexión.

Los demonios que comandaba Kashiri se lanzaron una y otra vez contra la Puerta, y a cada asalto, las defensas mágicas saltaron para repelerles. Los Porteros, incólumes, no movieron ni una ceja. Imps, diablillos, súcubos y demás criaturas del inframundo quedaban reducidas a cenizas, mientras Kashiri, a retaguardia, montaba en cólera.

¡Son nuestros! –Pensó Quasi, convencido de su victoria.

-Lo son, pero no te desconcentres, amigo.

– No lo haré.

Quasi zanjó aquella conversación con un guiño de camaradería. Las tropas enemigas menguaban a gran velocidad, dejando en su lugar nubes de ceniza. Al final, sólo quedó en pie la Emperatriz Tenebrosa.

Captura de pantalla 2015-06-16 a las 11.41.07Entonces, también apareció Ventisca.

El Avatar del Caos, como así la llamaban desde que descendió de su reino celestial, emergió desde el norte trayendo una tormenta cargada de rayos y truenos. Una densa lluvia llenó el campo de batalla, transformando la ceniza en un barro gris.

¿Estás bien, amigo? –transmitió Adonis a su compañero, quería asegurarse.

Muy bien. –respondió el otro- ¡Ataquemos!

Ambos porteros descargaron la magia contenida en la Puerta del Este. Lo hicieron coordinados tan a la perfección, que la magnitud de su conjuro adquirió unas proporciones difíciles de contrarrestar. Un rayo de luz dorada emergió de la arcada, y describiendo un arco chisporroteante, dio contra Kashiri. La Emperatriz cayó al suelo, inconsciente y desposeída de todo su poder. Entonces sucedió algo inesperado.

El control que mantenía sobre Ventisca, aquella hipnosis concedida por la Esencia de la Divinidad, se esfumó. El avatar del caos parpadeó repetidas veces, igual que si despertara de una larga ensoñación, y al instante, sus ropas se tornaron blancas. De nuevo era Brisa, la Dama Celeste. Se observó las manos, incrédula, mientras al otro lado Quasi descubría una belleza que suponía olvidada. Ahí estaba: la misma Brisa de su primer encuentro.

Captura de pantalla 2014-12-26 a las 11.06.42Quasi siempre había pensado que aquella dama de los cielos no podía ser malvada, que la más hermosa de los aiseos era incapaz de hacer el mal. Ahora, con aquella visión, sus sospechas se vieron confirmadas. Raudo, dejó la puerta y echó a correr en busca de su amor verdadero, llamándola a gritos, al tiempo que la vejez se apoderaba sus miembros, pues es sabido que los Porteros sólo conservan su juventud si no abandonan la Puerta del Este.

¡Quasi! –Llamó su compañero- ¡No abandones la puerta! ¡Quasi! ¡Necesitamos estar juntos para ganar!

La voz de su amigo martilleaba sus pensamientos, pero Quasi la desoyó. Se lanzó a los pies de una Brisa que parecía desorientada, y abrazó sus tobillos con manos de anciano.

-¡Brisa, has regresado! –dijo su voz temblorosa; de sus ojos brotaron sendas lágrimas, que surcaron unas arrugas incipientes-. ¡Brisa!, he estado todo este tiempo profundamente enamorado de ti. Jamás he ocupado mis pensamientos con otra mujer, ni he visto en las dunas del desierto otro rostro más que el tuyo. Te he sido fiel incluso en la guerra. Nunca podría hacerte daño, porque no pertenezco a un bando ni a otro, sino a ti, y sólo a ti… ¡Brisa!, ¿me escuchas?Captura de pantalla 2015-06-15 a las 19.33.04

Ella encaró al portero. Sus ojos brillaron, enternecidos, y de sus labios comenzó a brotar una leve sonrisa.

-¡Brisa! –insistió Quasi-. ¿Me amas?

Ella asintió.

Pero al tiempo que esto sucedía, Kashiri, que estaba muy lejos de ser derrotada, volvió en sí, se incorporó y, tras echar un vistazo a su alrededor, comprendió lo que debía hacer.

Golpeó su báculo contra el suelo; un rayo negro emergió de la punta, directo al pecho de Brisa. La mujer se derrumbó como un muñeco; habría caído al barro, de no ser porque Quasi se ocupó de sostenerla.

-¡No! –suplicó él-. ¡Brisa!

Captura de pantalla 2015-06-15 a las 19.33.50Intentó sostenerla en brazos, buscar un modo de escapar, pero se encontraba muy debilitado por la vejez. Cayó de rodillas, y sólo fue capaz de reunir las fuerzas necesarias para alzar la cabeza de la Dama Celeste, para que sus cabellos no se ensuciaran.

-No… -musitó- Los aiseos no pueden morir. Es imposible, no puedes marcharte.

Ella abrió la boca para hablar, pero no surgió más que un débil murmullo de su garganta, algo que Quasi interpretó como una despedida, pues aunque fuera imposible, la vida escapaba de su cuerpo. Brisa alzó una mano, acarició el pelo encanecido de Quasi, sus mejillas perladas de lágrimas y sus labios entrecortados, y murió.

El Portero podría haber regresado a la Puerta del Este; Adonis no paraba de suplicárselo en sus pensamientos. Habría tenido tiempo, en efecto, pero no lo deseaba. Su cuerpo marchito no podía contemplar un lugar mejor que junto al cuerpo de su amada, y aunque la Puerta le prometía la vida eterna, prefería terminar sus días allí mismo, recogiendo las últimas hebras de calor de la mujer de sus sueños.

De este modo se dejó morir. Exhaló, y sus cenizas fueron arrastradas por un pequeño viento caprichoso.

No lejos de allí, Kashiri sonreía de medio lado mirando en dirección al  Palacio de Ámbar. De un modo u otro, había conseguido la victoria.

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