El plan de la reina Urraca, después de tomar a los zíngaros como rehenes, era conducirlos hasta la torre arcana de Skuchain, donde el Archimago sabría cómo mantenerles a buen recaudo, pues nada podían las prisiones corrientes contra aquellos hacedores de magia.
El viaje desde el Bosque fue largo y tortuoso para los prisioneros, sin embargo, había una chispa en los ojos de Kálaba que a la Reina no gustaba. Era como si la zíngara se estuviese guardando una estrategia. Urraca sabía que Garth, la Sombra de Medianoche, les seguía, ¿Pero qué podía hacer contra todo un ejército de soldados bien adiestrados? No, él no podía hacerles nada.
Sin embargo resulta curioso cómo, en algunas ocasiones, una persona se deja engañar por una situación favorable. Así ocurrió cuando, tras una semana de viaje, el ejército divisó la torre de Skuchain. El lugar se hallaba en un silencio extraño, reverencial. Las puertas de la torre se abrieron.
Eme y Sirene, los estudiantes más aventajados de la escuela, salieron a recibir a los prisioneros. La guerra les había hecho madurar antes de tiempo, y aunque apenas alcanzaban la adolescencia, ya sabían manejar situaciones tan complicadas como aquella. Urraca, sin embargo, quiso asegurarse.
-Espero que sepáis cómo cuidarlos –dijo, señalando a Kálaba.
-Tranquila –respondió Sirene- He estudiado los mejores hechizos de protección. No saldrán de aquí.
-¡¿Eso piensas?! –respondió de pronto una voz; venía de todas partes y de ninguna, transportada por el aire.
Se escuchó a continuación una risa multitudinaria. Ésta también parecía llegar de varios puntos, algunos más alejados y otros cercanos. Los soldados, aterrados, apuntaron sus armas en todas direcciones.
-Sirene, algo pasa –susurró Eme-. Será mejor que llamemos a los demás alumnos.
Levantó su varita y musitó un conjuro; una llamada secreta a los otros estudiantes de Scuchain.
-¡Eme! –respondió Sirene, alterada- Creo que ya sé lo que ocurre. ¡Están ocultos!
-¿Ocultos? ¿Dónde?
-Ojalá que me equivoque pero… prepárate.
-De acuerdo.
Y mientras las risas aún bailaban en el aire, Sirene levantó su varita, hizo un círculo en el aire y pronunció unas palabras. Al momento, una nube de chispas se extendió alrededor del ejército de soldados para caer luego en forma de lluvia iridiscente, revelando otro ejército a su alrededor, cercándoles. Había allí un gran número de goblins y trasgos, comandados por algunos zíngaros.
Pero entre todos ellos destacaba Garth. Él había sido el autor del conjuro de invisibilidad que les había ocultado ante la Reina. Llevaban siguiéndola una semana y ahora, con las puertas de Skuchain abiertas, se habían preparado para rodearles y conquistar el lugar.
El rostro de Urraca se desencajó de terror. Les habían tendido una trampa.
-¡Eme! –gritó Sirene, mientras convocaba un círculo de protección.
El aludido se introdujo dentro de la cúpula antes de que esta se formara.
-¡Atacad! –gritó Garth.
Los zíngaros que se hallaban prisioneros también reaccionaron. Aprovechando la confusión, y dirigidos por Kálaba, descargaron toda su magia contra los soldados. Rayos multicolores, explosiones y descargas de energía se sucedieron por todo el campo de batalla. El grito de guerra de quienes empuñaban espadas se mezcló con el lanzamiento de conjuros y las maldiciones. Eme y Sirene, guardando las puertas, vieron cómo Garth y Kálaba se les echaban encima.
-¡Aquí vienen! –Eme señaló lo evidente.
-¡Eme! ¿Recuerdas el conjuro que aprendimos?
El muchacho estaba muy nervioso. Garth y Kálaba convocaban, mediante oscuras palabras, extraños diablillos que se formaban de la nada, y que revoloteaban a su lado con una sonrisa maliciosa.
-¡Eme, lo recuerdas o no!
-Sí… creo que sí.
Pues lancémoslo. ¡Ahora!
Los dos magos pronunciaron las mismas palabras. Al instante, un muro de fuerza emergió de la punta de sus varitas y empujó a los zíngaros, que salieron despedidos.
El muro avanzó más allá de Kálaba y Garth, de tal forma que cualquiera que no se hallara de parte de los magos fue empujado y arrojado al suelo, mientras que los soldados sólo llegaron a percibir una suave brisa. Gracias a ello, el combate se detuvo unos segundos, el tiempo suficiente para que los soldados vencieran la sorpresa inicial y se reagruparan.
-¡Contraatacad! –ordenó la Reina.
Los soldados, y los magos que habían acudido a la llamada de Eme, se lanzaron al ataque.
-Lo hemos conseguido, Sirene. Creo que nos hemos librado de momento –declaró el joven mago.
Pero Sirene había palidecido. Señaló al norte, hacia el desierto.
-Tú lo has dicho. Hemos salvado el peligro de momento, pero no durará. ¡Mira!
A lo lejos se distinguía una enorme mancha oscura sobre las dunas. Era el ejército de Kashiri, que se aproximaba para ayudar a los zíngaros.
-¡Oh, no! –dijo Eme- Creo que nos hallamos a las puertas de la batalla final.
En efecto, el último enfrentamiento se libraría allí, entre Skuchain y la Puerta de Ámbar. El destino de Calamburia estaba a punto de escribirse.