Kashiri flotaba sobre las dunas, mecida por el tornado de Ventisca. Bajo ella, un ejército de no muertos, alzaban sus armas, gritaban, crujían los dientes y se carcajeaban ante la expectativa de atacar a los siervos del reino.
-¡Cubríos! –ordenó Urraca- ¡Que todos los hombres formen un círculo! ¡Espalda contra espalda!
Los soldados obedecieron. A lo lejos, los Impromagos preparaban nuevos conjuros, pero Skuchain estaba libre de ataques por el momento. Los zíngaros, y la propia Kashiri, se habían centrado en Urraca.
-Se terminaron las escaramuzas –declaró la Emperatriz Tenebrosa; su voz pudo escucharse a kilómetros de distancia, arrastrada mediante el poder de Ventisca-. Ha llegado la hora de cambiar el destino de Calamburia.
Extendió su vara, y de la punta emergió un chisporroteante rayo. El rayo cruzó la distancia que lo separaba del enemigo, salvó las barreras protectoras de los magos y golpeó contra el ejército del Palacio de Ámbar. Los hombres salieron despedidos en todas direcciones, calcinados. Urraca, a salvo entre su guardia personal, se preguntó dónde se habría metido el rey Rodrigo.En instantes como aquel preferiría que “El perturbado” se hallara un poco más cuerdo. La guerra siempre se le había dado mejor a él. Era un estratega nato; y aunque las pociones de los zíngaros le habían nublado el juicio, aún conservaba parte de la frialdad necesaria para…
Otro golpe de rayo la sacó de sus pensamientos. Esta vez había impactado demasiado cerca.No quedaba tiempo para lamentarse, ni para recordar a quien de seguro no podría ayudarla. Rodrigo no estaba allí, sino defendiendo la capital de posibles ataques. Por desgracia, el destino de Calamburia no se decidiría en las calles del reino, sino entre la arena dorada del desierto.
Sus hombres la observaban desconcertados, aguardando una orden, la que fuera. Los rayos de Kashiri seguían golpeando. En la retaguardia, los zíngaros acababan con la vida de quienes optaban por la escapatoria.
Entonces Urraca tuvo una idea.
-Es arriesgado –se dijo a sí misma-. Pero no tengo otra opción.
La reina disfrutaba de un poder especial. Aquel que había de convocar a los Porteros. Sin embargo, la Puerta del Este había caído, y desde entonces nada se había vuelto a saber de ellos. ¿Estaban vivos? ¿Eran prisioneros del mal? Se rumoreaba que Ventisca los había encerrado en una celda con paredes de puro viento, y que Quasi, totalmente enamorado, se dejó atar de manos sin oponer resistencia.
Pero si los Porteros estaban en activo; si andaban en Calamburia, a pesar de que ya no tuvieran nada que proteger, entonces Urraca podría convocarlos.
Las almas en pena de Kashiri se lanzaron al ataque. La vanguardia de infantería pesada aguantó el primer asalto, pero no podrían con un segundo.
Había que actuar.
-¡Porteros, yo os invoco! –gritó la Reina.
Sintió que, al instante, las fuerzas la abandonaban. La llamada a los Porteros era un privilegio que tenía su precio, y que no podría volver a repetir jamás. Dobló las rodillas y se dejó caer. Los hombres que la rodeaban creyeron que había sido abatida. La moral se desplomó
De repente el suelo empezó a vibrar.Las arenas del desierto se estremecieron con un terremoto. La tierra se dividió en una enorme grieta y, de ella, emergió una enorme puerta de piedra. A ambos lados, los Porteros aparecieron en sus puestos. Quasi llevaba los ojos vendados.
-¡Es por seguridad! –dijo Adonis- Quasi no puede ver a…- Señaló con la cabeza en dirección a Ventisca.
-Pero estamos preparados –respondió Quasi-. Preparados para lo que sea.
-¡Protegednos! –gritó la Reina, en un hálito de voz.
Adonis arrugó el entrecejo y, comunicándose mentalmente con Quasi, convocó el muro protector de la Puerta del Este.
Pero el muro no duraría. Urraca era consciente de ello. La ayuda de los Porteros les serviría para reagruparse, poco más. Era necesario un contraataque, una acción que diera la vuelta al enfrentamiento, y que les otorgara la victoria contra las fuerzas del caos.
Miró a su espalda, a la torre de Skuchain. Había llegado el momento de que los magos actuaran de verdad; todos ellos. Quizás, de aquel modo, hubiera una esperanza de mantener su trono en Calamburia.