Se notaba que Calamburia caminaba directa a su fin, porque la tierra, ya castigada por el primer temblor, y puesta patas arriba en un caos incontenible, volvió a temblar de nuevo. Las cosas se mezclaron aún más de lo que ya lo estaban, de tal modo que los edificios de ciudad se juntaron con las granjas, los animales domésticos se encontraron frente a frente con los salvajes, y las plantas silvestres se entrelazaron con los rosales. El Kal- A – Mar desocupó el sitio que le pertenecía e inundó la tierra y, del mismo modo, algunas cumbres montañosas asomaron sus cabezas nevadas por encima de las aguas.
Las personas también volvieron a mezclarse, justo cuando ya se habían acostumbrado a vivir las unas con las otras después del primer revoltijo. Drawets, que estaba muy cómodo aprendiendo los secretos de Uruyumi, fue teleportado lejos antes de averiguar el enigma más importante de todos: cómo escapar de la maldición del Titán. Por otro lado, Kashiri, que había comenzado a sentir cierto amor por el inventor Teslo, vio cómo este desaparecía de su tierno y mortal abrazo.
Sin embargo, lo que nadie sabía era que aquel segundo temblor fue controlado en cierta medida. El Maelström había vuelto a hacer de las suyas, ¡claro que sí!, pero esta vez, el destino de algunas personas logró planearse gracias a cierta poderosa magia ancestral, la de Corugan, para ser precisos.
El gran líder de los nómadas, un hechicero sin parangón, no había perdido parte de sus dotes mágicas. Según decían, en un pasado alternativo había sido uno de los más poderosos dueños de la magia; en el presente sus fuerzas no eran tales, pero existía en su interior cierta naturaleza arcana que le permitía manipular las los elementos de la naturaleza. De este modo, Corugan sabía que hacía falta unificar la magia de Calamburia para detener al Maelström o, al menos, para encontrar la forma de poner fin a tanto batiburrillo. De este modo, y previendo el momento en el que el vórtice fuera a actuar, Corugan descargó toda su magia contra los cielos, allá lejos, en su reino montañoso.
Cuando todo cambió, Eme apareció a su lado.
El impromago, que aún intentaba transformar a Artemis en su compañera Sirene, quedó sorprendido al ver al bárbaro ante sus ojos. Intentó articular un hechizo defensivo, pero Corugan se lo impidió con un movimiento de su bastón de mando. Luego, el salvaje explicó en detalle su plan. Contó al impromago que era necesaria su esencia, aquella en la que latía el espíritu de Teodus, y que si se aliaban con Kashiri y Kálaba, quizás pudieran encontrar el medio de detener el mal.
El único problema fue que Eme no entendió ni una sola palabra.
Corugan hablaba en un idioma ancestral. ¡Lo había olvidado! Dorna era la única que podía entenderle… ¿y dónde se había metido la reina de los salvajes? No había forma de saberlo. El chamán no tuvo en cuenta aquel pequeño detalle, y ahora, el impromago le miraba como si temiera ser devorado en cualquier momento.
Había que buscar a Dorna allí donde hubiera querido mandarla el vórtice, y traerla para que interpretara los puntos a seguir de su intrincado plan. Sin embargo, era necesario darse prisa, pues el Maesltrön no tardaría en volver a mezclarlo todo.