17. LA IRA DEL LEVIATÁN

 

Si, como dicen los Capellanes, es el Titán quien protege y guía a los calamburianos, yo, un humilde cronista, un humano como cualquier otro, opino que el sublime Titán de Calamburia posee una inteligencia caprichosa. Creo que, en su sueño, gusta jugar con nosotros como si fuésemos marionetas. Nada le importa la vida, o la muerte; ignora los sueños y las aspiraciones y, desde luego, no sabe de justicia. Habrá quien opine que me equivoco, e incluso quien me llame hereje. De ser así, quizás la lectura de este relato le lleve a comprender por qué me encuentro tan enfadado. Esto es lo que le sucedió, y lo que sucederá a nuestra tierra:

 

Calamburia se preparaba para vivir un nuevo tiempo de paz. La guerra contra el alzamiento de Kashiri, la Emperatriz Tenebrosa, había resultado tan cruenta como hacía presagiar. Algunas comarcas quedaron desoladas, y las ciudades necesitaban una reconstrucción. Por fortuna, el caos fue rechazado y con ello, la reina Urraca afianzó su lugar en el trono. Todo continuaba como debía ser, como siempre había sido… al menos, en apariencia.

La cruda realidad era muy diferente.

 

El desarrollo de la guerra fue observado desde las alturas. Muy lejos, en el reino de Caelum, Siroco, uno de los Seres del Aire más poderosos, estudiaba cada batalla y cada movimiento, y no perdía detalle de cuanto hacía Ventisca. Entre los dos había existido una relación que se mantuvo firme durante centurias. Pero al perder el Torneo, su amor se disipó, y con él, la fuerza de voluntad de aquella a quien llamaban la Dama Celeste. La mujer descendió a tierra y fue tentada por Kashiri. Así terminó convirtiéndose en un ser de la oscuridad, y así comenzó la Guerra.

Con el final del conflicto, Ventisca no volvió a ser la de antes. Persistía su actual naturaleza fría, despiadada. Siroco, que anhelaba el regreso de su esposa, se sintió desfallecer. Ventisca jamás regresaría a Caelum; ya nada quedaba de su antiguo ser. La tierra había corrompido su esencia.

La tierra de Calamburia. Ese lugar infecto, repulsivo. Ese reino de débiles mortales se había llevado a su esposa, la habían matado en vida.

 

Siroco, ciego de ira, fue testigo de su descenso al reino de la demencia. Su odio hacia Calamburia generó la búsqueda incansable de venganza. Así, mientras los calamburianos reconstruían ciudades y pueblos, mientras replantaban los bosques y enterraban a sus seres queridos, Siroco recorría la bóveda celeste en busca de un medio para aniquilarlos. Y lo halló.

Su viaje le condujo hasta los confines áureos, allí donde el cielo perdía su nombre, y quedaban encerradas las pesadillas. Un lugar como aquel no estaba hecho para ningún ojo, para ninguna conciencia, pero Siroco ya no tenía miedo a la muerte. Cruzó aquella peligrosa frontera, y halló un poder que jamás debió ser encontrado. Era la esencia de un mal incontenible, monstruoso. Su nombre era Leviatán.

 

Cuando el mal despertó, un rugido ensordecedor se extendió por todas partes. Abajo, los mortales creyeron que se avecinaba tormenta y se resguardaron en sus casas, pero no cayó ni una gota. En su lugar, Leviatán descendió hasta las aguas del Kal – A Mar, donde los piratas Flick y Morgana ahogaban sus penas por la derrota entre botellas de ron y canciones marineras. El descenso del monstruo ocasionó una ola gigantesca, el barco de los piratas zozobró.

Morgsana y Flick creyeron que morirían ahogados, pero no fue así.

El Leviatán se había fijado en ellos, y todo el mal que llevaba en su interior les fue transmitido. Los Piratas no tardaron en comprobar que podían respirar bajo el agua, nadar con total libertad y manejar a las criaturas marinas. Pero todo aquello no era sino una porción de sus nuevas habilidades. No tardaron en comprobar que podían controlar las mareas y el oleaje mismo. El mar, en toda su plenitud, formaba parte de ellos, era su esclavo, y el gran Leviatán también. Los Piratas se habían transformado en dioses.

Lo primero que les vino a la cabeza fue la venganza; la misma sensación que oprimía el corazón de Siroco. Idéntico mal, transmitido de unos a otros. Y así urdieron un plan: arrasar Calamburia con la fuerza de un tsunami imparable. La tierra, y todo lo que hubiera en ella, desaparecería bajo el agua.

 

¿Dónde se halla la benevolencia del Titán en instantes como este? Algunos dirán que todavía existe. Yo no lo tengo claro. Son los hombres quienes, ante la presencia de un mal que les supera, se unen para vencerlo. Así ha ocurrido en esta ocasión: los Zíngaros, en alianza con los Impromagos, han gastado gran parte de su magia para preparar dos orbes de poder. Los orbes encierran la habilidad de hacer viajar a sus portadores hasta el reino submarino del Leviatán, donde residen los piratas. Sólo los mejores deben portarlos, por eso se ha organizado un nuevo torneo. Los aspirantes medirán fuerzas para ver quién es el mejor. Aquella pareja que resulte ganadora, intentará detener el fin del mundo, la ira del Leviatán.

 

Si hay un Titán, y si, como dicen los Capellanes, de verdad nos escucha, que tenga misericordia de Calamburia. Las oraciones de los habitantes se unen en una misma súplica. Yo, un pobre cronista, creo que serán los héroes quienes detengan esta tragedia.

 


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