Todo Calamburiano ansiaba solo una cosa: que terminase la dura jornada de trabajo para poder volver a su acogedor hogar. Pero no todos eran tan afortunados de tenerlo, o al menos, uno que mereciese la pena. Es por eso que muchos acababan amontonados en tabernas como la Taberna Dos Jarras, igual que pelusas arrastradas por el viento.
Generalmente Ébedi Turuncu apostaba por músicos callejeros o saltimbanquis: artistuchos de poca monta fáciles de pagar y de despachar si la situación lo necesita. Pero Edmundo, el nuevo trabajador del local y amante de la Tabernera quería promover otro tipo de entretenimiento. Como fanático de las gestas de caballerías, sabía que no había nada tan épico y tan glorioso como el teatro. Es por eso que, sobre un escenario destartalado al fondo de la taberna, se alzaba un pequeño artefacto con un teatro portátil, del que se descorrieron dos pequeñas cortinas. Una marioneta surgió de sus profundidades, muy emperifollada y empezó a declamar.
– ¡Acercaos buenas gentes, acercaos! Venid a presenciar la trágica historia de un linaje Maldito, de un Rey Desdichado y un sino funesto y cruel.
La muchedumbre se agolpó alrededor del escenario. Los parroquianos del lugar siempre buscaban maneras de matar el tiempo que no fuese mirando su jarra de cerveza.
– Veréis, todo empezó una oscura noche de solsticio de primavera…
El escenario cambió y mostró un fondo de papel y cartón pintados burdamente. Una marioneta que recordaba vagamente al Rey Comosu, por la C de su frente y la torcida corona de su cabeza empezó a caminar por el bosque.
– Antes de ser un hombre portentoso y derrotar a criaturas casi omnipotentes como el Dragón o el Leviatán, nuestro amado Rey fue un niño confuso, desorientado y enfermo. Pasaba sus días refugiado en el bosque y recibiendo toda clase de lecciones y tutelas por parte de los Capellanes, que habían sido bendecidos con tan sagrada misión por parte de la mismísima Curia de la Iglesia del Titán.
Dos marionetas de los capellanes aparecieron brevemente, agitando sus capas rojas con enfado.
– Más aquella noche, el Titán estaba dormido y solo la luna arrojaba su luz sobre el desdichado Comosu. Caminó más lejos que de costumbre, perdido en sus confusos pensamientos, notando la sangre maldita de su linaje latiendo en su interior. Pero sus pasos le llevaron a una oscura cueva, de la que emergía un misterioso y embriagador cántico.
El escenario cambió, oscureciendo el pequeño teatro de títeres. Una voz masculina empezó a entonar una nana por lo bajo.
– Se trataba del hogar de las Nornas, un trio inquietante y veleidoso que podía ver el presente, pasado y futuro. Sus predicciones nunca fallaban, más por desgracia, no eran evidentes de entender para el común de los mortales.
Tres marionetas con túnicas emergieron de las sombras, danzando las unas alrededor de las otras. Sus voces se entremezclaban y era imposible saber a cuál pertenecía exactamente.
– Un joven mortal viene a nuestra cueva.
– Pero no cualquier mortal, el futuro Rey.
– Otro descendiente de los primeros Hombres, que se unirá con una Salvaje.
– No conocerá la felicidad, ni podrá disfrutar del amor.
– ¡Decidme, extrañas criaturas! Parecéis saber mucho sobre mí, pero contestadme a esto: ¿Tendré descendencia? ¿Tendré el privilegio de tener una familia?
Las marionetas empezaron a girar más y más rápido, con sus voces cada vez más aceleradas y agudas.
– ¡Tendrás un hijo, si, fuerte y recio! Más sus madrinas le darán un terrible regalo.
– ¡Tu madre volverá al hogar, sí! Te convertirás en lo que siempre quiso, un instrumento de venganza y se arrepentirá toda su vida.
– ¡Conocerás el amor! Pero nunca podrás disfrutarlo.
– ¡Oh, que terribles noticias, crueles Nornas! ¿Acaso no hay alguna manera de evitar tan siniestro destino?
El público estaba completamente absorto, mirando con fijeza los muñecos de trapo que parecían cobrar vida ante los ojos de borrachos y analfabetos. Un aura casi mágica rodeaba el pequeño teatro de títeres, pero no había nada sobrenatural implicado en todo esto: únicamente arte e ingenio.
– ¡Lo hay! – gritaron todas al unísono –. La única solución es…
– ¡Un giro trágico de acontecimientos! – gritó una marioneta emergiendo detrás de las Nornas.
Apartándolas de un empellón, el nuevo muñeco de trapo ocupó toda la escena, ante la mirada del trastocado Rey Comosu de trapo. Se trataba de una marioneta desgastada, deshilachada y vieja pero que se movía muy ufana por el escenario.
– ¡Saltémonos esta parte aburrida y vayamos al meollo del asunto! Buenas gentes de Calamburia, os hablo del momento en el que el Rey Comosu y sus aliados asaltaron el Palacio de Ámbar, pasando a cuchillo a todo el que oponía resistencia. ¡Si, el niño Rey! Manipulado como otras marionetas, había sido empujado por la Capellanía y su amargada madre a la sala del Trono de Ámbar, donde le aguardaba su padre, medio loco por la pena y la terrible maldición que le poseía y la vil Reina Urraca, viendo como todas sus pesadillas se hacían realidad. Comosu, con la frente latiendo con la marca del Titán, exilió a su padre y a su malvada tía para…
Una figura se incorporó del teatro de títeres a gritos, quitándose de encima telas, hilos y bártulos diversos.
– ¡Janik! ¿Se puede saber qué demonios haces?¡Ese no es el texto! – exclamo el artista bullendo de furia.
Una cabeza se asomó por uno de los costados y le replicó muy contrita.
– ¡Bilko, hermano! ¡No soy yo! Yo estoy con las Nornas…es… es Ziju.
– ¡No me vengas otra vez con la historia de tu estúpida marioneta!
El público empezó a abuchear al entender que no hacía parte del espectáculo. Los borrachos despertaron de su trance y empezaron a lanzar desperdicios sobre los actores.
– ¡Patanes! ¡Incultos! ¡Rufianes analfabetos! – empezó a gritar la pequeña marioneta -. ¡No sabéis nada del arte y del teatro!
Los desperdicios empezaron a llover sobre los actores, se apresuraron a recoger el escenario portátil y empezar su retirada mientras se protegían con sus andrajosas capas. La marioneta seguía encarándose al público insultando a los parroquianos con elaborados versos. Edmundo asomó su espigado cuerpo por encima de la multitud, señalando con gestos la puerta trasera. Los dos artistas se escabulleron por la puertecilla mientras los abucheos se convertían en una auténtica pelea, probablemente causada por algún borracho envalentonado.
Edmundo apareció al rato, cerrando la puerta tras de sí. La salida daba a una cuadra donde los clientes más acaudalados enganchaban sus caballos.
– A mi me estaba gustando mucho vuestro arte, pero es que aquí la gente es mu borrica… – dijo lamentándose Edmundo.
– No se preocupe, Maese Edmundo. Estamos acostumbrados a que no se valore nuestro arte como se merece.
– ¡Si es que eso que hacéis se puede llamar así! No me extraña que salgamos escaldados de todas las tabernas y recintos varios, ¡vuestra prosa dormiría hasta a los Seres del Aire, y eso que llevan aburriéndose miles de años! – escupió con desprecio la marioneta, agitándose con ira en el extremo del brazo de Janik.
– ¡Zulji, no seas tan duro! Las tres voces de las Nornas me estaban saliendo bien por una vez – dijo lamentándose Janik, tratando de agarrar la marioneta con la otra mano con escaso éxito.
Edmundo se quedó absorto mirando aquella pequeña representación, con la marioneta esquivando la mano libre de su dueño e insultándolo con toda clase de coloridos adjetivos.
– Esto… ¿esto pasa mucho? – preguntó extrañado.
– Más de lo que me gustaría – dijo chasqueando la lengua cansado -. Pero desde que nos echó de la corte la Reina Sancha III, Janik es lo único que me queda. Aunque a veces me pregunto si no estaría mejor solo.
Con un grito de triunfo, el comediante logró apresar la marioneta y la sacó de su mano, convirtiéndola en un muñeco de trapo inerte y aparentemente sin vida.
– Pues debo decir que tiene talento – dijo Edmundo sonriendo bobaliconamente.
– ¡No soy yo! Es esa estúpida marioneta que me amarga la existencia. Dice que es el alma de un dramaturgo reencarnado, o qué se yo. Lo único que quería esta noche es cenar caliente y dormir bajo techo – dijo desánimado Janik.
– Brujas, Dragones… y ahora, marionetas que hablan. Lo habré visto todo – dijo Edmundo, bastante satisfecho consigo mismo -. Pero no os podéis quedar aquí, os lincharían. Tomad unos calamburos, espero que tengáis más suerte en la próxima taberna.
La puerta se cerró tras el Tabernero, dejando a los dos comediantes en la penumbra, acompañados por el suave tufo y relinchar de los caballos. Recogieron en silencio sus pertenencias y ajustaron bien el hatillo de ropas y cachivaches que les servía de equipaje. Juntos, con Zulji colgando del cinto, emprendieron su camino en búsqueda de un lecho caliente y un mendrugo de pan seco.