Huyendo a todo correr, los Impromagos no tardaron en comprobar que se hallaban perdidos en el laberinto que eran los túneles del Inframundo. Ventisca les pisaba los talones. El aullido de sus maldiciones resonaba entre los muros como un presagio de muerte.
-¡Eme, estamos perdidos! -gritó Sirene, segura de que el Avatar del Caos no tardaría en darles alcance.
-¡Creo que ya hemos pasado por este corredor, Sirene! ¡Acabarán encerrándonos de nuevo, o algo peor!
Los dos estudiantes de Impromagia habían escapado gracias a Eme y a su suerte. Ni siquiera él sabía cómo, de forma misteriosa, la puerta de su celda se había abierto tras recordar ciertas palabras mágicas, y lanzar un hechizo sin el apoyo de su varita; algo que, para un impromago, era imposible. Gracias a ese golpe de fortuna, ahora buscaban llegar hasta el exterior, con la esperanza de llamar la atención del Archimago y ser teletransportados hasta la torre arcana de Skuchain. Por desgracia, no había ninguna indicación que pudiera guiarles en el reino de las tinieblas, ni conocían la salida.
Al fin, tras elegir al azar su rumbo en innumerables cruces, llegaron a una amplia caverna. Para su desgracia, al otro lado les aguardaba Kashiri. Intentaron dar media vuelta, pero no tardaron en comprobar que Ventisca les cerraba el paso.
Estaban acorralados.
-¡Qué hacemos ahora! -dijo Eme, consciente de que, sin sus varitas, tendrían la batalla perdida contra las Guardianas.
Sirene abrió la boca para contestar, pero sus palabras fueron interrumpidas por la autoritaria voz de la Emperatriz Tenebrosa.
-¡Impromagos! Habéis colmado mi paciencia. He sido benevolente hasta ahora. Pretendía encerraros hasta que comprendierais que no sirve de nada pelear junto a las fuerzas del orden. Quería teneros de mi lado, pues vuestra magia es poderosa… pero se ha terminado el tiempo de las negociaciones, y de intentar escapar. ¡Elegid! O formáis parte de mi ejército, o pereceréis en estas cuevas, y vuestras almas pasarán a formar parte de mi colección.
-¡Jamás te serviremos! -declaró Sirene, resuelta.
-¡Eso! -dijo Eme, sacando el valor de un rincón desconocido para sí mismo.
Kashiri sonrió de medio lado.
-Así sea. ¡Preparaos, estos son vuestros últimos instantes de vida!
Alzó su báculo y, al instante, el suelo se resquebrajó con el lamento de mil condenados. Los muertos despertaban de su tormento, y se levantaban de la tierra para despedazar a los estudiantes de Skuchain.
Eme y Sirene no podían imaginar un final más aterrador que el que les aguardaba. Pero de repente, la joven estudiante percibió que algo más aparecía por una de las grietas: una mota de polvo que, a gran velocidad, comenzó a unirse a otras tantas para crear una pelota.
-¡Pelusín! -reconoció.
La criatura emitió un pitido a modo de saludo y, acto seguido, aparecieron junto a ella las dos varitas de los Impromagos. De algún modo, la mascota de Sirene había pasado desapercibida ante las Guardianas del Inframundo, y se había hecho con ellas.
Los Impromagos tomaron las varitas. Un ejército de muertos vivientes les rodeaba.
-¡Sirene, abrámonos paso! -dijo Eme- Debemos hallarnos muy cerca de la salida.
-¡Sé qué conjuro debemos utilizar!
No hizo falta que dijera su nombre. Eme sabía a la perfección a cuál se refería. Ambos realizaron los mismos movimientos de varita y pronunciaron las mismas palabras:
-¡Manum Cárcerem!
Un pasillo de almas en pena quedó paralizado y cayó fuera de combate. Los Impromagos pasaron a su través. Ahora, con los poderes de su varita, Sirene conocía a la perfección qué rumbo debían tomar. Sin embargo, las Guardianas no iban a dejarles salir por las buenas.Ventisca apareció en la caverna, rodeada por un vendaval de tierra y piedras. Alzó los brazos y dirigió un golpe de viento hacia los dos estudiantes, que fueron elevados por los aires y lanzados contra una de las paredes.
-¿Acaso pensabais escapar? -se carcajeó Kashiri, al otro lado- ¡Débiles! ¡Yo os enseñaré magia de verdad!
Apuntó su báculo y susurró unas palabras estremecedoras. Un rayo negro cruzó la caverna, aniquilando a los no muertos con los que se topaba, directo a los Impromagos. Y aunque Sirene y Eme tuvieron tiempo de conjurar una esfera protectora, la descarga de oscuridad se abrazó a ella dividiéndose en multitud de ramificaciones.
-¡Tenemos que contraatacar, Eme! -Sirene sujetaba su varita con las dos manos; tal era la fuerza de la magia de Kashiri.
-De acuerdo. Lo haremos mediante nuestro conjuro más poderoso. ¿Preparada?
-¡Preparada!
Formularon las palabras de su hechizo final, realizaron los mismos movimientos, pero…
-¡Eme, tienes la varita al revés!
-¿Qué…?
Un chisporroteo de energía les envolvió al instante, desencadenando un conjuro totalmente diferente, inesperado…
Desparecieron.
Se materializaron un segundo después, en las orillas del Kal – a – Mar, cerca de la isla Kalzaria. El sol brillaba a lo lejos, sobre un mar tranquilo y despejado.
-¡Eme! ¿qué conjuro has lanzado?
-Pues… no lo sé con seguridad. Pero estamos a salvo, ¿no?
-¡Oh no! -Sirene buscaba a su alrededor- ¡Pelusín! ¿Dónde está?
-Ha debido… quedarse en el Inframundo -a Eme le temblaba la voz.
El conjuro les había salvado, pero a un coste demasiado grande.
-Tenemos que ir por él. ¡Hay que recuperarlo! -dijo Sirene- Vamos, Eme, repitamos el conjuro.
-Me temo que, de momento, debemos concentrarnos en asuntos más importantes. ¡Mira!
Y, apuntando con su varita al mar, señaló un punto en el que la línea del horizonte quedaba rota por una mancha parduzca. Eran cientos de naves pirata, navegando desde Kalzaria en dirección al continente de Calamburia. Una nueva batalla se preparaba.