35. EL FIN DE UNA ERA

Las fuerzas rebeldes acampaban alrededor del palacio de Ámbar. Su intención era que los soldados que se resguardaban dentro no tuvieran más remedio que salir, vencidos por la escasez de alimentos. Los espías al otro lado de los muros informaban que la Reina se hallaba cada vez más inquieta; jamás la habían visto así, ni siquiera cuando Kashiri amenazaba con someter toda la tierra. En esta ocasión, Urraca temía una derrota; la temía de verdad y, más horrible aún, sabía que estaría viva para contemplarla.

REINA VIUDA_CALAMBURIA_IMPRO

Quizás por eso, o porque habían asesinado a su marido, Urraca perdió los nervios. Días antes de que el palacio fuera sitiado, la Reina halló a su marido muerto en su cama. Cierto era que, en las últimas semanas, Urraca había comenzado a dudar de su fidelidad, y de que estuviera tan perturbado como aparentaba. No le quería al lado para la batalla final, de modo que vertió unas gotas de líquido adormecedor en su copa de vino.

REY MUERTO

Pero entonces, mientras Rodrigo quedaba perturbado que nunca, y soñaba en su habitación con días de gloria que jamás existieron, fue visitado por Petequia. La hermana de la Reina conocía los pasadizos secretos y supo evitar a la guardia personal. Ya en la alcoba de Rodrigo, se inclinó sobre la cama, como si estuviera a punto de regalarle un beso. Pero el brillo de un puñal sustituyó sus labios. Petequia, conmovida por cuánto la había decepcionado aquel hombre, hundió el filo en su ojo y penetró su cerebro.

REINA 2CALAMBURIA_IMPROAsí fue cómo Urraca, aprisionada por el temor de ver el enemigo a las puertas. Apareció en el patio de armas vestida de negro, ordenó que los soldados se vistieran la armadura y, liderándolos, salió al encuentro del enemigo.

-¿Dónde está Su Majestad el Rey? –preguntó el comandante, que nada adivinó al ver las ropas oscuras de su señora.

-¿Acaso crees que le necesitamos? –Urraca enarcó una ceja-. Está en sus aposentos, dormido. Allí se debe quedar.

-Y al Archimago… ¿tampoco le esperamos?

En efecto, Eme, el nuevo Archimago, había indicado a Urraca que no abriera el puente levadizo hasta que no llegara. Venía con una acompañante muy especial que podría variar la más que probable derrota, pero era necesario aguantar, aguantar y aguantar.

Pero Urraca no pensaba obedecer. ¿Quién era aquel joven para darle órdenes? Hasta hacía poco no era más que un muchacho que jugueteaba en los corredores de palacio. No tenía la madurez ni la experiencia para aconsejar, ni siquiera aunque, como se decía, hubiera despertado en su interior el espíritu del viejo Theodus.

Así, el puente levadizo descendió, y Urraca lanzó una horda de hortelanos armados con horcas y rastrillos. Éstos toparon contra los zíngaros. Kálaba se los quitaba con ágiles conjuros, pero Garth no tuvo tanta suerte. Abrumado su número, el general no vio venir a Rosi Sacapán. Cuando quiso darse cuenta, el filo curvo de una hoz desgarraba su cuello.

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Los zíngaros se desperdigaron tras la muerte de su líder, pero las tropas de Kashiri contraatacaron. Urraca no había previsto el ingente número de almas en pena que fue a abalanzarse contra ellos. Los hortelanos fueron diezmados, y luego las tropas de élite. La Reina intentó regresar a palacio para resguardarse, pero fue inútil. El ejército enemigo la siguió hasta las puertas y mató a los vigilantes del puente levadizo. Una turba de demonios y muertos vivientes tomó el Palacio de Ámbar, y con ellos Kálaba, Kashiri y Comosu.

COMOSU REY CALAMBURIA_IMPRO

Para cuando Eme hizo acto de aparición en el salón del trono, el palacio ya había sido tomado, y la Reina vencida. El Archimago llegó cabalgando un viento tumultuoso, que emergía de los brazos nubosos de la mismísima Dama Celeste. Los dos observaron la coronación del nuevo rey Comosu, al que llamarían Rodrigo VI.

Pero Brisa ya había visto aquella imagen, la vio cuando su esencia malvada era arrancada de su cuerpo y volvía a convertirse en una Aisea. Aquella imagen auguraba un futuro tormentoso, lleno de peligros y desdicha. Brisa no pudo aguantar que todo volviera a reproducirse en la realidad. Con un agitar de sus ropas, desapareció en los cielos.

Eme, consternado, tuvo que ver cómo el bando de Urraca despedía su reinado. Tan pronto Comosu se hubo puesto la corona, su personalidad cambió. ¡Había estado fingiendo! Ni siquiera su madre había notado el engaño, y cuando, desorientada, preguntó al capellán van der List qué había enseñado a su hijo, éste, muy adusto, sólo respondió:

-Le he enseñado a ser el Rey, el único Rey.

COMOSU REY_CALAMBURIALa primera tarea de Comosu fue la de desterrar a Urraca. La Reina se marchó sin que su barbilla descendiera un centímetro. Rebosante de dignidad, abandonó su trono y dejó el Palacio de Ámbar. El Archimago comprendió que era el momento de asimilar la derrota. Quizás el futuro le deparara una oportunidad de reordenarlo todo, pero el momento estaba aún muy lejos.

Sin embargo, Kálaba no estaba dispuesta a dejar que el Archimago se fuese así como así. Lanzando uno de sus hechizos más letales, le atacó por la espalda. Por desgracia, la zíngara no sabía que Eme había adquirido nuevos poderes, y cuando éste respondió, tomando su varita, nada pudo hacer ella para defenderse. Fue arrojada fuera de Ámbar, y a punto estuvo de perder la vida.

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Las tropas de Comosu se pusieron en guardia contra el nuevo señor de Skuchain.

-No temáis –dijo éste-. La guerra ha sido ganada. Lo acepto. Vámonos.

La última orden fue dada a los leales de Urraca que aún quedaban en palacio. Todos juntos abandonaron el lugar para dejar su sitio al nuevo Rey, a quien se le puso la corona que perteneció a su padre. Un nuevo gobernante nacía, y con él…

Lo que con el venga es un misterio, pues cuentan algunos, unos pocos más bien, que durante aquella ceremonia privada ocurrió algo extraño. Se dice que mientras Comosu ya planeaba qué medidas tomar en su reinado, los Mercenarios Nox y Seth, adelantándose, le durmieron con un paño húmedo de droga. Nada pudo hacer Irving van der List para evitarlo, sino contemplar asombrado una conjura tejida contra el incipiente Rey, y una media sonrisa en el rostro de Kashiri.

FINAL CALAMBURIA_IMPRO

¿Serán verdaderas estas afirmaciones? Nada puede asegurarlo. Tal vez, el desarrollo de los acontecimientos pueda aclararlo.

 

34. LA VISIÓN MÁS NEFASTA

Mitt había muerto a manos de la guardia real, pero Ivirng van der List, a quien los años habían dado mayor prudencia, se ocultaba con éxito en Instántalor. Allí se había desprovisto de sus ropas de capellán, y haciéndose pasar por un habitante como otro cualquiera, acechaba los movimientos del enemigo. Las tropas de la ciudad habían puesto precio a su cabeza, pero Irving sabía cómo pasar desapercibido.

Captura de pantalla 2015-06-24 a las 19.00.37Cuando supo que había llegado el momento adecuado, salió de su escondrijo y se decidió a contraatacar.

Él nunca había sido un hombre de armas. Prefería combatir empleando otros medios, como la estrategia y el subterfugio. De este modo, se tomó su tiempo para elegir a su víctima. Estudió sus costumbres, las personas con las que se relacionaba, sus debilidades y vicios… cuando memorizó todos estos elementos, elaboró una forma de matar exenta de flecos. Así era como él trabajaba.

En la soledad de su habitación, en la taberna Dos Jarras, Irving pasó horas elaborando un veneno que resultara mortífero. En su entrenamiento como capellán había aprendido los diferentes venenos que existen en Calamburia. Se les enseñaba a preparar el antídoto, pero en ocasiones éste no se trataba más que una versión reducida del propio veneno. Así pues, tomó la fórmula del llamado sueño de la muerte, un líquido incoloro en insípido que no dejaba rastro, y que eliminaba a aquel que lo consumía en segundos. El sueño de la muerte era llamado así porque quien lo bebía era transportado al reino de los muertos tan rápido, que su alma entraba en contacto con éste y era capaz de predecir muertes futuras.

Captura de pantalla 2015-06-24 a las 19.20.52Cuando tuvo el veneno listo, lo guardó en un pequeño búcaro, y dejando su habitación, descendió al salón de la taberna.

-Una sopa –ordenó a Ebedi.

La tabernera se hallaba ocupada en asuntos de mayor importancia, de modo que llamó a su marido. Yangin se presentó con una sonrisa de oreja a oreja. Irving intentó cubrirse con la capucha de su sobretodo. No deseaba ser reconocido.

-¿Qué desea el señor?

-Una sopa. Se la he pedido a la tabernera. ¿Es que aquí no sirven?

-Mi mujer está ocupada. Si le puedo servir yo…

-Lo mismo da –respondió Irving con una media sonrisa-. Claro, tú también puedes servirme.

Yangin puso rumbo a la cocina. Apareció al poco con un plato de sopa humeante, que dejó en la mesa de Irving.

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-Espero que esté a su gusto, señor –dijo.

Pero apenas se había dado la vuelta para marcharse, el capellán volvió a reclamarle.

-La sopa está fría.

-¿Fría? –respondió Yangin, extrañado-. Eso es imposible. Si la acabo de sacar de…

-¿Dice que miento? –insistió el capellán.

-¡En absoluto! Pero veo cómo humea…

-Está fría. Prúebela.

-No será necesario –se disculpó el tabernero-. Le traigo otro plato ahora mismo y…

-He dicho que la pruebe. Nadie me toma por mentiroso.

-De verdad, no es…

-Pruébela –insistió Irving.

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Yangin quiso marcharse. Había algo en aquella conversación que no le gustaba, pero al mismo tiempo apareció su exagerado sentido por quedar bien con los clientes. No deseaba perder unas monedas, de modo que tomó el plato, acercó la cuchara a sus labios y bebió un sorbo.

-Está… -dijo; no llegó a terminar la frase.

Fue invadido por un terrible dolor de estómago que le arrebató las fuerzas. Cayó al suelo de la taberna, retorciéndose y chillando. Una multitud se agolpó a su alrededor, momento que aprovechó Irving para alejarse de allí. Incluso Ébedi, de quien se decía que por su marido no sentía sino un profundo odio, se preocupó por su estado.

Sin embargo, cuando el capellán estaba a punto de atravesar el umbral de la puerta y desaparecer para siempre, oyó que Yangin gritaba unas declaraciones. Se trataba, sin duda, del presagio provocado por el veneno. Sus palabras le estremecieron:Captura de pantalla 2015-06-24 a las 19.06.21

-¡Escuchad! –dijo, alzando los brazos a la nada- pues la muerte os reclama. Petequia, la desterrada, no dejará que el Rey abandone sus aposentos con vida. Igual que ella fue atacada en su cama, así hará con el hombre que pudo ser su marido, y lo matará.petequia rey

La taberna entera contuvo un suspiro. Irving dejó caer la cabeza. Su Rey, al que todavía guardaba fidelidad, iba a morir en aquella guerra espantosa. Pero Yangin no había terminado aún. Con la voz ahogada por los estertores, añadió:

-Los zíngaros también guardarán luto, pues su general Garth, al que llamaban La sombra de medianoche, verá cómo esas mismas sombras cobran su alma. Morirá atacado por sorpresa por quien menos lo espera: la hortelana Rosi Pelacelgas. Nuestros enemigos son inesperados. ¡Nuestros enemigos están a las puerta! ¡A las puerta!

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Estiró el brazo, y con índice tembloroso señaló al umbral. Los parroquianos dirigieron hacia allí sus miradas, pero no había nadie. Irving ya se había marchado. Se confundió entre la gente y puso rumbo al norte, al Palacio de Ámbar, donde las tropas de los partidarios de la Reina estaban a punto de encontrarse con los defensores del Elegido.

 

La última batalla se hallaba próxima, y tras cobrarse demasiadas muertes, decidiría una nueva etapa en Calamburia.

 

 

33. LA VIGILIA DEL ENAMORADO

La Puerta del Este volvía a enfrentarse a las hordas de Kashiri. Antaño, el enorme portón erigido hacía centurias fue destruido, pero la magia del Archimago y los hortelanos contratados por la Reina reconstruyeron la arcada. Ahora, la nueva Puerta del Este ponía a prueba sus defensas –físicas y mágicas- contra el mismo enemigo. Esta vez, los porteros conocían el alcance de su poder, de modo que se habían preparado a conciencia para detenerles. Adonis y Quasi tenían un vínculo telepático como nunca: pensaban y actuaban al unísono, en una comunión perfecta de acciones y reacciones.

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El ejército de Kashiri apareció por el horizonte, precedido por un vendaval que, para Quasi, trajo un aroma embriagador.

Concéntrate –le indicó su compañero por telepatía.

Quasi obedeció. Amaba a Ventisca, desde siempre. Ella era la única mujer a la que había dedicado sus pensamientos, aquéllos que incluso Adonis desconocía. No obstante, sabía que eran enemigos, que el destino les había colocado en bandos opuestos.

¡Alcemos las defensas de la Puerta! –indicó a Adonis.

Dos porteros contra todo un ejército. No era la primera vez que lidiaban contra un enemigo que les superaba en número; a decir verdad, aquello era lo habitual. El tamaño del ejército no importaba, siempre y cuando ambos mantuvieran la conexión.

Los demonios que comandaba Kashiri se lanzaron una y otra vez contra la Puerta, y a cada asalto, las defensas mágicas saltaron para repelerles. Los Porteros, incólumes, no movieron ni una ceja. Imps, diablillos, súcubos y demás criaturas del inframundo quedaban reducidas a cenizas, mientras Kashiri, a retaguardia, montaba en cólera.

¡Son nuestros! –Pensó Quasi, convencido de su victoria.

-Lo son, pero no te desconcentres, amigo.

– No lo haré.

Quasi zanjó aquella conversación con un guiño de camaradería. Las tropas enemigas menguaban a gran velocidad, dejando en su lugar nubes de ceniza. Al final, sólo quedó en pie la Emperatriz Tenebrosa.

Captura de pantalla 2015-06-16 a las 11.41.07Entonces, también apareció Ventisca.

El Avatar del Caos, como así la llamaban desde que descendió de su reino celestial, emergió desde el norte trayendo una tormenta cargada de rayos y truenos. Una densa lluvia llenó el campo de batalla, transformando la ceniza en un barro gris.

¿Estás bien, amigo? –transmitió Adonis a su compañero, quería asegurarse.

Muy bien. –respondió el otro- ¡Ataquemos!

Ambos porteros descargaron la magia contenida en la Puerta del Este. Lo hicieron coordinados tan a la perfección, que la magnitud de su conjuro adquirió unas proporciones difíciles de contrarrestar. Un rayo de luz dorada emergió de la arcada, y describiendo un arco chisporroteante, dio contra Kashiri. La Emperatriz cayó al suelo, inconsciente y desposeída de todo su poder. Entonces sucedió algo inesperado.

El control que mantenía sobre Ventisca, aquella hipnosis concedida por la Esencia de la Divinidad, se esfumó. El avatar del caos parpadeó repetidas veces, igual que si despertara de una larga ensoñación, y al instante, sus ropas se tornaron blancas. De nuevo era Brisa, la Dama Celeste. Se observó las manos, incrédula, mientras al otro lado Quasi descubría una belleza que suponía olvidada. Ahí estaba: la misma Brisa de su primer encuentro.

Captura de pantalla 2014-12-26 a las 11.06.42Quasi siempre había pensado que aquella dama de los cielos no podía ser malvada, que la más hermosa de los aiseos era incapaz de hacer el mal. Ahora, con aquella visión, sus sospechas se vieron confirmadas. Raudo, dejó la puerta y echó a correr en busca de su amor verdadero, llamándola a gritos, al tiempo que la vejez se apoderaba sus miembros, pues es sabido que los Porteros sólo conservan su juventud si no abandonan la Puerta del Este.

¡Quasi! –Llamó su compañero- ¡No abandones la puerta! ¡Quasi! ¡Necesitamos estar juntos para ganar!

La voz de su amigo martilleaba sus pensamientos, pero Quasi la desoyó. Se lanzó a los pies de una Brisa que parecía desorientada, y abrazó sus tobillos con manos de anciano.

-¡Brisa, has regresado! –dijo su voz temblorosa; de sus ojos brotaron sendas lágrimas, que surcaron unas arrugas incipientes-. ¡Brisa!, he estado todo este tiempo profundamente enamorado de ti. Jamás he ocupado mis pensamientos con otra mujer, ni he visto en las dunas del desierto otro rostro más que el tuyo. Te he sido fiel incluso en la guerra. Nunca podría hacerte daño, porque no pertenezco a un bando ni a otro, sino a ti, y sólo a ti… ¡Brisa!, ¿me escuchas?Captura de pantalla 2015-06-15 a las 19.33.04

Ella encaró al portero. Sus ojos brillaron, enternecidos, y de sus labios comenzó a brotar una leve sonrisa.

-¡Brisa! –insistió Quasi-. ¿Me amas?

Ella asintió.

Pero al tiempo que esto sucedía, Kashiri, que estaba muy lejos de ser derrotada, volvió en sí, se incorporó y, tras echar un vistazo a su alrededor, comprendió lo que debía hacer.

Golpeó su báculo contra el suelo; un rayo negro emergió de la punta, directo al pecho de Brisa. La mujer se derrumbó como un muñeco; habría caído al barro, de no ser porque Quasi se ocupó de sostenerla.

-¡No! –suplicó él-. ¡Brisa!

Captura de pantalla 2015-06-15 a las 19.33.50Intentó sostenerla en brazos, buscar un modo de escapar, pero se encontraba muy debilitado por la vejez. Cayó de rodillas, y sólo fue capaz de reunir las fuerzas necesarias para alzar la cabeza de la Dama Celeste, para que sus cabellos no se ensuciaran.

-No… -musitó- Los aiseos no pueden morir. Es imposible, no puedes marcharte.

Ella abrió la boca para hablar, pero no surgió más que un débil murmullo de su garganta, algo que Quasi interpretó como una despedida, pues aunque fuera imposible, la vida escapaba de su cuerpo. Brisa alzó una mano, acarició el pelo encanecido de Quasi, sus mejillas perladas de lágrimas y sus labios entrecortados, y murió.

El Portero podría haber regresado a la Puerta del Este; Adonis no paraba de suplicárselo en sus pensamientos. Habría tenido tiempo, en efecto, pero no lo deseaba. Su cuerpo marchito no podía contemplar un lugar mejor que junto al cuerpo de su amada, y aunque la Puerta le prometía la vida eterna, prefería terminar sus días allí mismo, recogiendo las últimas hebras de calor de la mujer de sus sueños.

De este modo se dejó morir. Exhaló, y sus cenizas fueron arrastradas por un pequeño viento caprichoso.

No lejos de allí, Kashiri sonreía de medio lado mirando en dirección al  Palacio de Ámbar. De un modo u otro, había conseguido la victoria.

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32. AMOR, TINTA Y ACERO

Todo el mundo sabía, cuando el fantasma Sirene poseyó el cuerpo de Adonis y, a modo de profecía, vaticinó el nuevo reinado y la muerte de algunos personajes, que sus palabras se cumplirían. Lo que nadie podía suponer, era cuánto costaría este cambio.

Sirene Adonis Drawest posesión

mitt pensando calamburiaLos capellanes, secretos educadores del príncipe Comosu, se habían encargado de organizar su asalto final al trono. El propio Irving van der List entrenó al joven en sus habilidades sobrenaturales.Por su parte, Mitt Clementis se ocupó, hasta el último momento, de fingir su lealtad a la Reina. Aun cuando la guerra estalló, la joven capellana continuaba en el Palacio de Ámbar, oculta a la visión de los guardias. Desde su celda, Mitt proporcionaba información a las tropas de Petequia, que hacía llegar en sobres lacrados por medio de sirvientes leales.

Una noche, Mitt recibió la respuesta a uno de esos sobres. Se la deslizaron, como siempre hacían, por debajo de su puerta. El sello era del propio Irving:

“Huye mientras te sea posible. La Reina ha descubierto tu traición. Sal por los establos”

irving escribiendo calamburia

El mensaje del capellán despertó un hormigueo de terror en Mitt. Estaba escrito con letra apresurada. ¿Cuánto tiempo habría viajado aquella nota hasta llegar a ella? ¿Estarían los guardias de camino a sus aposentos? Mitt pegó la oreja a su puerta. Silencio.

El camino parecía despejado, pero no había que confiarse. Así pues, tomó sus cosas y eligió descolgarse por la ventana. Ató las sábanas de su cama, y aprovechando el cambio de guardia, cayó al patio de armas.

Tomar aquella ruta había sido una buena decisión. Apenas hubo alcanzado el suelo, le llegó un estruendo desde su celda. Los guardias habían echado la puerta abajo. Uno de ellos se asomó por la ventana y la descubrió.

mitt calamburia capellana

-¡Ahí está! ¡No dejéis que escape! ¡La Reina la quiere muerta!

Aquellas palabras hicieron que Mitt se estremeciera. No había posibilidad de juicio, ni prisiones. Urraca buscaba su cabeza.

Aferrándose al colgante con la “C” que adornaba su hábito, Mitt se lanzó a la carrera. Sabía cuál sería su ruta: los establos. Con toda seguridad, Irving habría enviado algún sirviente que la estaría aguardando con caballos; tal vez él mismo se estaría ocupando de la fuga. Si alcanzaba los establos, estaría a salvo.

El patio de armas no tardó en llenarse con las voces de la guardia. Los soldados la buscaban por todas partes, en todos los aposentos, corredores y rincones. Mitt se refugió en las sombras, y sin permitir que la dominaran las prisas, fue avanzando lenta pero segura hacia los establos. En ocasiones, un soldado le pasó demasiado cerca, tanto como para que la mujer pudiera olfatear su sed de sangre. Los hombres deseaban dar caza a la traidora, para así convertirse en los favoritos de la Reina.

mitt clementis escapandoCuando le faltaban unos metros, Mitt fue descubierta.

-¡Ahí está! ¡Junto a los establos! ¡Corred, se escapa! –los gritos alcanzaron su nuca. Dejó las sombras, se deshizo de su capa y echó a correr con todas sus fuerzas. Los pasos de los soldados se oían cada vez más cercanos. Dos flechas rozaron su cuerpo, pero al fin, Mitt abrió las puertas de los establos.

¡Irving! –llamó, pero su voz quedó quebrada, el aliento se le escapó por la herida del acero en su pecho.

mitt huyendo

Miró hacia abajo, la espada de un soldado aún se hundía en su carne.

-Has caído en la trampa –escuchó que decía su asesino-. Muere, traidora.

Mitt sintió un dolor imposible de contener, pero no fue por el filo que horadaba su pecho, ni por comprender que la última misiva había sido una falsificación. Su dolor comenzaba en los oídos, pues la voz de aquel soldado le resultó familiar.

-Gunnar –llamó.

mitt clementis orando calamburia

Levantó la vista para encarar al soldado. Era aquél al que llevaba tantos años sin ver. El único hombre que había amado en toda su vida.

-No te conozco de nada –escupió el otro-. Muere de una vez.

La mano que empuñaba la espada estaba manchada de tinta. Gunnar era el autor de la misiva falsificada.

-Ya he muerto –confesó Mitt-. Me mataste tú, hace mucho tiempo.

Pero el otro no escuchó aquellas palabras. Hundió todavía más la espada, y el acero destrozó el corazón.

Mitt cayó sobre la paja del establo, muerta. En su mano, aún sostenía la última misiva que coló bajo su puerta. La respuesta de su soldado, después de tantos y tantos años de espera.

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