132 – LA DAMA BLANCA

A Brianna le gustaban los ciervos. Le parecían animales majestuosos, gráciles, que se deslizaban por el bosque con la misma facilidad que un pez se desplaza en el agua. De todas las criaturas de las que Brianna realizaba bocetos en su pequeño bloc de dibujo, los ciervos ocupaban un lugar central. Iluminados por la luz de la luna en un claro, refrescándose a las orillas del río…los ciervos representaban para Brianna la libertad.

Y aunque la joven había sido forzada a madurar muy deprisa, aún seguía molesta por el hecho de tener que correr a toda velocidad por el bosque mientras esquivaba árboles que caían a su alrededor.

– ¿Por qué tenía que ser un maldito ciervo? – jadeo la joven, mientras saltaba con agilidad un tocón mientras su capucha se agitaba al viento.

A sus espaldas, la única respuesta que obtuvo fue un terrible bramido y unos pisotones en el suelo que parecían la obra de un titán. No era tan grande, por supuesto, pero era bastante intimidante sentir que un ciervo macho, de tres metros de altura y peludo como un oso te quería convertir en abono bajo sus pezuñas.

Brianna apretó aún más el paso si cabe y se deslizó entre las raíces de un árbol caído. El monstruoso ciervo la alcanzó segundos después y en sus ansias por ensartar la chica en su increíble cornamenta, se enredó con las raíces, pataleando con furia.

La jóven se permitió unos segundos de descanso para acomodarse la ropa y comprobar su itinerario. Desde su posición, los árboles clareaban y se podía ver la punta de la torre de Skuchaín, brillando como un faro, rezumando magia que se expandía hacia los bosques de los alrededores.

“Bien, el portal no debe de andar lejos. ¿Dónde dijo que me esperaría padre?”. La joven no tuvo mucho más tiempo para pensar, ya que el peludo ciervo apuntaló su cuerpo y levantó la cabeza con un potente golpe de cuello, mandando el árbol volando por el cielo. “Espero que ese no fuese un Elfo” pensó distraídamente mientras el ciervo agitaba la cabeza y fijaba su asesina mirada en la guardabosques.

El animal rascó la tierra con una pata y cargó de nuevo con los cuernos hacia adelante, mientras la chica tomaba la delantera, pies en polvorosa. Saltó zanjas, tocones, giró tras los troncos de árboles centenarios y trató de poner todo tipo de obstáculos entre su perseguidor y ella. Pero era como una máquina imparable, apartándolo todo a su paso, ganando terreno a cada segundo que pasaba.

– ¡Allí! – jadeó, empezando a notar el cansancio en sus piernas.

Frente a ella, los árboles se despejaban en forma de claro, abriendo paso a una extensión de hierba y maleza en la que flotaba un portal que escupía rayos de energía a su alrededor. Se trataba de una rotura en el tejido de la realidad, una abertura a otros mundos y otras realidades, algo que sólo podía ocurrir ante la constante exposición de la magia de Skuchaín.

Mientras Brianna se detenía en el claro, apoyándose en las rodillas, el ciervo bramó de júbilo y cargó para embestirla con todas sus fuerzas. Fue interrumpido en seco por una decena de zarcillos de energía que surgían de los árboles y se enroscaban a su alrededor como sogas. La criatura mugía y se retorcía, pero parecía un agarre inquebrantable. Los causantes de dicha magia emergieron de la maleza, forcejeando con sus bastones mágicos para retener a la criatura. Decenas de guardabosques la rodearon y trataron de , poco a poco, acercarlo al portal.

Un guardabosques se separó del resto y se acercó a la chica. Portaba una enorme sonrisa en el rostro.

– ¡Já! ¡Nadie corre como tú, hija mía! – dijo, dándole una palmada en la espalda.

– Por que estáis demasiado gordos y fofos – le respondió, sonriendo y tratando de recuperar el aliento a la vez.

– Me has recordado a tu madre, corriendo por el bosque, con la fuerza de una amazona y la agilidad de un duende. Se habría sentido orgullosa – dijo de repente su padre, visiblemente emocionado.

Brianna no supo qué contestar. Su padre ya no hablaba mucho de su mujer, de manera que las pocas veces que lo hacía se convertía en algo extraño e incómodo. Estaba a punto de darle una respuesta, cuando el ciervo sorprendió a todo el grupo con una muestra de descomunal fuerza, tirando al suelo a la mitad de sus captores de un fuerte tirón. Al verse liberado de la mitad de sus ataduras, giró sobre sí mismo un par de veces, lanzando al resto a las copas de los árboles y se encaró hacia padre e hija. Con un brillo en la mirada, cargó hacia ellos, lleno de furia asesina.

Hay instantes que forjan el destino de una persona. Hay segundos que definen de qué clase de acero estamos hechos. Y creedme si os digo que Brianna era acero de la más dura aleación. Empujó a su padre y recibió ella sola la embestida del ciervo, el cual la atrapó por la parte roma de sus cuernos robándole el aliento, en una carga directa hacia el portal.

“Y así acaba. Un momento heróico. Una nota a pie de página y finalmente, muerta, o peor, desaparecida, como madre”. La chica fijó su mirada hacia el brillante portal, hacia la ventana a otro mundo lleno de rutilantes colores. Sus pupilas se agrandaron al ver una silueta que esperaba al otro lado del portal. En ese mismo momento, Aodhan, su padre, se incorporó y lanzó una soga mágica que enroscó las patas traseras del animal. Con la inercia que llevaba, su cabeza se precipitó hacia el suelo, dando una voltereta sobre sí mismo, lanzando a la chica por los aires, lejos del portal. La criatura siguió rodando y hecho un amasijo de patas y cuernos, cruzó el portal entre lastimeros bramidos.

Brianna se incorporó y se quedó mirando el portal, a escasos metros de este. Era difícil ver lo que había al otro lado, pues una poderosa luz emanaba de él, pero a contraluz, entrecerrando los ojos, pudo ver una figura femenina, completamente blanca, acercándose al mostruoso ciervo, que ya estaba incorporándose. Lejos de atacarle, el ciervo expuso su cabeza, esperando el toque de la misteriosa visión. La dama de blanco posó su mano sobre la testuz del animal acariciándolo suavemente, como si fuese un manso potrillo.

Brianna alzó la mano hacia el portal y susurró:

– Madre.

Látigos y sogas mágicas surgieron de todas partes agarrando los extremos del portal. Entre gritos y ruidos de ánimo, los guardabosques fueron cerrando poco a poco los extremos de aquella rasgadura de la realidad, haciendo desaparecer la visión de la dama de blanco.

Aodhan se acercó a pasos apresurados.

– ¡No vuelvas a hacer nunca algo así! ¡Pensé que te perdía! No puedo perderte a tí también – dijo entre sollozos, abrazándola con fuerza.

Brianna seguía mirando donde había estado el portal.

– Padre. La he visto. He visto a Madre – le dijo suavemente, en estado de shock.

Su padre se paralizó al instante, con la cabeza todavía enterrada en su cuello. Su abrazo ya no parecía cariñoso sino una presa de hierro.

– Deja de decir tonterías. No bromees con eso – le respondió con voz apagada por sus cabellos.

Brieanna se despertó de su letargo. Intentó desembarazarse de su padre, gritando.

– ¡Te digo que la he visto! ¡Calmando al ciervo! ¡Está viva, papá!

Su padre dejó que ella se liberase, mirándola con ojos llenos de violencia.

– ¡Calla! ¡No entiendes nada! ¡Tu madre desapareció a través de un portal! ¡Está muerta! ¡Nadie puede sobrevivir tanto tiempo a los peligros de los mundos faéricos! Está poblado de monstruos, seres de pesadilla, criaturas que acechan y quieren consumir esta realidad. ¡No permitiré que sigas desvariando como una niña!

– No soy una niña, Padre. Y sé lo que vi. Era ella. Solo ella podría haber sobrevivido durante tanto tiempo. Ella era especial.

La furia pareció evaporarse del guardabosques, haciéndole encorvar los hombros como un anciano.

– Sí que lo era. Era la más especial de entre todas las mujeres – susurró con voz ronca.

La joven se ablandó al ver derrumbarse a su padre. Se acercó, conciliadora.

– Padre, si organizásemos una expedición…

– ¡No! – gritó de nuevo. Acto seguido se relajó y habló más calmado -. No podemos arriesgarnos a mandar nadie. Los portales no son seguros. Es esta una época oscura, hija, y todos tenemos que cargar nuestro fardo de penas.

– Pero, ¡por favor, papá!

– Basta. Mi corazón ya ha sufrido bastante por hoy. No quiero volver a hablar de esto nunca más. Volvamos a casa.

El veterano guardabosques inició su camino hacia su cabaña, como el resto de sus compañeros que se internaban en la espesura. Brianna se dejó caer en el suelo por pura frustración, sacando su bloc de dibujo para esbozar furiosamente. A carboncillo, dejó plasmada la imagen que vio, la de la Dama de Blanco domando a un ciervo gigantesco, que tras el prisma del portal, no parecía tan aterrador.

“Espérame, mamá. Te encontraré”

En ese momento, los cielos se oscurecieron como si la luz estuviese extinguiéndose. Un temblor hizo retumbar el claro, como si algo terrible estuviera emergiendo lejos de la tierra. Unos gritos alertaron a la joven y la hicieron mirar alrededor: los guardabosques buscaban a compañeros desaparecidos. A su lado, las pisadas que su padre había dejado en la hierba, se interrumpían, como si se hubiese desvanecido en el aire.

El bloc de dibujo cayó al suelo. Brianna echó a correr en búsqueda de su padre, en vano. Y pronto sabría por qué.

131 – UNA PUERTA NECESITA UN PORTERO

Calamburia es una tierra que desde la caída del Titán bulle de magia y de una lucha constante entre distintas energías. Pero no hay lugar en todo Calamburia en la que palpita tanta magia como en el Bosque de la Desconexión. Durante siglos, el Bosque de la Desconexión durmió un sueño apacible y tranquilo, con los Elfos poco a poco convirtiéndose en árboles poderosos y altivos, meciéndose suavemente al ritmo del aire.

Más con el paso de las eras, un grupo de parias expulsados de sus propios pueblos por no respetar las normas, asentaron un precario asentamiento al refugio de los árboles milenarios. Los exiliados no encajaban con las costumbres de su gente  y se decía que trataban de contactar con la magia más oscura, aunque no eran lo suficientemente poderosos para ello.

Pero un buen día, su caudillo, el líder autoproclamado de ese grupo de patéticos exiliados, escuchó los sueños de los árboles y lo entendió todo. Aunque débiles y poco experimentados en la magia, el penoso grupo empezó a extraer magia de los árboles. Primero, simples sorbos, pequeños pellizcos de poder. Y pronto, cuando empezaron a embriagarse savia arcana, sorbieron los árboles de su alrededor convirtiéndolos en troncos retorcidos cuyas ramas se extendían huesudas hacia el firmamento en búsqueda de ayuda. Pero la ayuda nunca llegó y los antepasados de los Zíngaros crecieron y se multiplicaron mientras que el Bosque de la Desconexión se convertía en un lúgubre lugar en el que sólo por error se adentraban peregrinos y mercaderes.

En el corazón del bosque, en un claro llamado Concilio de las Máscaras, era donde se aposentaban las chozas del pueblo Zíngaro. Las pequeñas casitas se pegaban a los árboles como tumores, y llevaban tanto tiempo mamando de la magia de los árboles que el musgo y la vegetación las había recubierto, dando la impresión de que choza y árbol eran un mismo ser. Dichos árboles, los más antiguos y los que más habían sufrido el azote Zíngaro, se hallaban chupados y sorbidos hasta la médula, dejando entrever caras de infinita agonía entre las cortezas de los árboles. Algunos pensaban que eran las caras de los Elfos que trataban de pedir ayuda, otros, rostros tallados por sus antepasados. Sin importar cual fuese la razón, el claro tenía sobradamente ganado su nombre.

Lo que parecía ser la totalidad del pueblo Zíngaro se hallaba reunido bajo las esqueléticas ramas de un roble gigantesco. Entre sus raíces asomaba una enorme tumba de piedra, que palpitaba intermitentemente con energía de enfermizo color verde. Era imposible que la piedra hiciese tal cosa, pero parecía estar consumiendo la energía del árbol. Frente a ella, una enorme hoguera relucía, iluminando las caras de los presentes.

– ¡Hermanos de las Sombras! ¡Pueblo mío! ¡La Oscuridad nos acoge!

Los Zíngaros no eran dados a muestras de entusiasmo o corear frases de discursos. Se mantuvieron en silencio, mirando con ojos ojerosos.

– Han pasado cientos y cientos de lunas desde que nuestro Patriarca Arnaldo duerme el Sueño de la Oscuridad, tras su terrible combate con Theodus.

Kálaba, la matriarca de los Zíngaros, pronunciaba su discurso añadiendo énfasis a sus palabras moviéndose con gracia y girando sobre sí misma. Los Zíngaros sisearon o mascullaron maldiciones al oír la mención de su enemigo.

– Confiemos en que un día despierte de su letargo. La energía de los Antiguos sigue alimentándolo, pero su poder era inconmensurable y no sabemos cuánto tendrá que beber para volver a nosotros. Pero mientras, debemos planear nuestra venganza.

Todos asintieron. La venganza era el motivo más respetado para un Zíngaro. Todo era siempre una lista de agravios que resolver.

– Los Consejeros de la Reina Sancha nos han asegurado que los Impromagos han caído en su red de mentiras y que realizarán el hechizo en Cuna de Oscuridad. ¡La llegada de la Noche Eterna está cerca!

Un Zíngaro se levantó del amplio círculo y se enfrentó a Kálaba. La luz de la hoguera deformaba sus rasgos, provocando que las sombras bailasen por su rostro.

– ¿Y a qué precio, Kálaba? ¿Por qué tenemos que volver a ser lacayos y los peones de los planes de otros? – dijo Adonis, con voz alta y clara.

Kálaba atravesó furiosamente con la mirada a su antiguo amante y compañero.

– Sabes perfectamente que sólo es un trámite – expuso con soberbia -. Seremos recompensados como fieles sirvientes de la Oscuridad.

– ¿Sí? ¿Como fuimos recompensados por ayudar a las Brujas? Míralas ahora, una convertida en piedra en una de las dimensiones de los Duendes perdida entre dimensiones y la otra dueña de Skuchaín, al mando de nuestros peores enemigos.

Los Zíngaros mantuvieron el silencio. El liderazgo de un Zíngaro siempre estaba en entredicho y se necesitaba muy poco para derrocar a un líder. Siempre y cuando se fuese más fuerte que dicho líder, claro.

– Las Brujas fueron derrotas por una serie de casualidades y nosotros caímos con ellas. ¡Éramos iguales! ¡Aliados! Y lo seguimos siendo. Somos todos sirvientes de la Oscuridad.

– ¿Y por qué lo somos? ¿Acaso no somos todos libres? Un pueblo sin ataduras, que coge lo que quiere y cuando quiere, que no responde ante nadie y que usa el poder para su propio beneficio. ¿Por qué somos sirvientes de algo que ni siquiera contacta con nosotros, sino que prefiere otros campeones que lideren sus objetivos?

El silencio se volvió denso como la melaza mientras todos los Zíngaros discurrían en sus cabezas la certera verdad que ocultaban las palabras de Adonis.

– ¿Estás renegando de la Oscuridad? ¿Estás rechazando la Noche Eterna? – escupió Kálaba, con los ojos entrecerrados.

– He servido a muchos amos. He guardado puertas a cambio de mi propia vida. Me liberaste de mis cadenas solo para cubrirme de unas nuevas, más sibilinas. Propongo que nos liberemos de ellas. Y tú no deberías ser nuestra lider.

Los suaves ruidos de ropajes apartados y de dagas toqueteadas llenaban el claro. Se acercaba el momento de la sangre, y las alianzas y pactos iban a romperse con un simple parpadeo.

– ¿Yo? ¿La mujer de Arnaldo? ¿La Zíngara más poderosa que jamás haya existido?

– Olvidas que puedo leer los pensamientos, y aunque tú los ocultas con gran habilidad, no puedes evitar que se te escapen zarcillos de consciencia. He visto tu miedo, Kálaba. No confías en los Consejeros y no sabes para qué sirve el hechizo de los Impromagos ni cuál es el plan de Érebos y Barastyr. No te han contado nada. Somos simples siervos.

– ¡Silencio! ¡Traidor! ¡Que tú me hagas esto, de entre todas las personas, jamás te lo perdonaré! – chilló Kálaba, furiosa y desquiciada.

– No puedes hacerme nada. Sé que sigues amándome, Kálaba. Lo veo en tus pensamientos – dijo entristecido Adonis, sabiendo que su reconciliación era imposible ya.

De pronto, algo emergió de su titilante sombra. A la luz de la temblorosa hoguera, una forma se hinchó, arqueandose como el genio de una lámpara. Con la lentitud y la suavidad de un amante, rodeó a Adonis con los brazos y con un rápido gesto, lo degolló con un destello de luz plateada.

– Ella no puede matarte. Pero yo sí – susurró la tenebrosa figura -. Apuesto a que eso no lo pudiste leer en ningún pensamiento.

Adonis cayó entre estertores al suelo, sujetándose incrédulo la garganta, mirando fijamente el rostro de su asesino.

– Madre. No es momento para dejarse vencer por las emociones. Es el momento de la Noche Eterna.

– Vandala. Qué has hecho… – susurró incrédula Kálaba.

– Lo que no te atrevías a hacer. Pero para eso están los hijos: para enfrentarse a los enemigos de su familia. Y todos los Zíngaros son mi familia.

Las dagas volvieron a ser envainadas y el público se volvió a acomodar alrededor de la hoguera. No habría un nuevo Patriarca…por ahora. Kálaba miró a su alrededor y recuperó la furia de su rostro. No se secó las lágrimas y dejó que cayesen densas y negras por su rostro, convirtiéndolo a la luz de las velas en una máscara demoníaca de indómita fuerza. Su hijo se colocó a su lado, grácil como un gato, lamiendo el puñal para enfundarlo en las profundidades de sus ropajes.

– Nada se interpondrá entre nosotros y la Noche Eterna. No seremos los lacayos ni los siervos de ningún poder. ¡Seremos nuestros propios amos y tomaremos lo que queramos de esta antigua piedra y la sorberemos hasta que no quede nada!

Bajo tierra, a cientos de kilómetros, y a la vez, a mundos de distancia, el Inframundo  bullía de almas en pena que bajaban para enfrentarse a su recorrido final. Todas lo atraviesan lastimeras, añorando sus últimos hálitos de vida. Pero una de ellas abrió los ojos y fue consciente de lo que le rodeaba.

– ¿Qué es este lugar? – preguntó Adonis confuso.

– Es la puerta del Inframundo. Y toda puerta necesita un Portero, viejo amigo.

El espíritu de Adonis miró a su interlocutor. Una sonrisa cubrió su rostro.

– Quasi. Así que volvemos a los viejos tiempos.

– A lo que mejor se nos da: vigilar puertas.

– Un trabajo sencillo para gente sencilla. Hasta ahora no me había dado cuenta, pero esto era lo que echaba realmente de menos: una misión y tu compañía. Pero…he hecho cosas terribles, Quasi. No sé si lo merezco.

– Yo te abandoné primero. Fue culpa mía. Yo también he cometido errores. Pero prometo no abandonarte nunca más.

– Vigilemos esta dichosa puerta – dijo Adonis, sonriendo -. Juntos.

Quasi miró sonriente a su amigo y le tendió la mano para incorporarse.

– Juntos. Para siempre.

130 – EL PANAL SE AGITA

Los libros de historia de Calamburia marcarán como un gran epígrafe la cacareada Paz de la Reina Sancha. Es cierto que entre todas las épocas convulsas de Calamburia, fue probablemente una de las más tranquilas, aunque no por ello menos sanguinarias. Pero todos los Calamburianos con sed de poder esperaban pacientemente el momento en el que los cimientos del poder se tambaleasen para poder probar ellos también las mieles del reinado.

Y más que tambalearse, el panal de abejas estaba totalmente desmantelado y la miel fluía libre, a la espera que los más audaces se lanzasen a recogerla. Aún nadie se atrevía y la razón podía ser muy posiblemente que la abeja reina zumbaba furiosa, amenazando con un picotazo sin duda letal.

– ¿Pero es que ningún mensajero de este reino sabe hacer su trabajo? – gritó furiosa Sancha III, con los brazos agarrando con fuerza el Trono de Ámbar.

– Mi señora, estamos igual de confusos que usted – repuso humildemente Érebos.

– Es más, estamos anonadados – apuntilló Barastyr.

– Pues ya podéis salir rápidamente de vuestro anonadamiento si no queréis que retome las costumbres de mi nieto – dijo mascullando entre dientes la anciana.

– Me temo que nuestros pajaritos no logran descubrir nada de ese lugar que los paletos y supersticiosos llaman… Cuna de Oscuridad – explicó con paciencia Érebos -. Los recién asentados lugareños no gustan de hablar con los extranjeros, al parecer.

– ¿Extranjeros? ¡Son mis súbditos! ¡Están creando un reino bajo mis narices! Esto es sedición, una revuelta, un tumulto. ¡Y debemos ahogarlo de inmediato! – dijo la reina dando un puñetazo con sorprendente fuerza en el reposabrazos.

– Entiendo su indignación mi Reina, pero sabe que su reinado se ha caracterizado por acciones más sutiles. Sería mala idea recurrir a estas prácticas tan barbáricas… – señaló Barastyr.

– Así me lo pagan esa panda de desagradecidos… les traigo paz, y ellos me lo devuelven con traición y montando su propia comunidad de desterrados. ¡Y ese maldito castillo! ¡Salido de la nada! ¿Dónde está Aurobinda? Me prometió respuestas hace semanas – escupió con desdén Sancha.

– Ya sabe usted que está lidiando con sus propios problemas en la Torre Arcana. Son tiempos oscuros y hay que evitar el enemigo que acecha en el interior – recordó Barastyr.

Sancha resopló, mirando el salón del trono con ojo crítico. La corte de Calamburia se hallaba reunida ahí, susurrando, merodeando o simplemente, tratando de esconderse de la mirada asesina de su Reina. El zumbido de ira de la Reina Sancha casi parecía retumbar en las paredes y nadie quería ser el blanco de su furia. Pero hay gente que no teme a los peligros terrenales, porque creen ser protegidos por un ser superior. La fe podía convertirse en un fuerte escudo si habías llegado a conocer a tu dios en persona.

– ¡Alabado sea el verdadero Titán! – dijo Inocencio I, subiendo los peldaños hacia el trono ambarino -. ¡Alabado sea su poder!

– Alabado, alabado – respondió con fastidio la reina, agitando la mano como si tratase de espantar moscas.

– Mi reina, el pueblo se encuentra agitado. Cada vez más fieles desaparecen por la noche para asentarse en ese maligno pero a la vez poderoso lugar. Tratamos de adoctrinar al resto de sus parientes, pero no provocó ningún cambio: han roto lazos con todas sus familias – explicó Inocencio, con ningún tipo emoción reflejada en el rostro -. Por otro lado, los moradores de las montañas, serpientes de las marismas y escorpiones del desierto acechan las lindes de la civilización. Temo que traten de poner a prueba nuestra fe

– De los Nómadas ya se está encargando Urraca. Es un proceso lento, tienen una cantidad absurda de rituales y de pasos que dar antes de establecer algo similar a una discusión diplomática – repuso con desdén Sancha -. Pero desde que levantamos la Puerta del Este de nuevo, no hay nada que temer. No me asustaré por un puñado de bárbaros oportunistas.

– Vengo también a pedirle, mi Reina, que me permita usar métodos más… directos para la educación del… vástago – dijo con voz titubeante Inocencio, mostrando algo de emoción por primera vez.

– ¿Qué es lo que ocurre con ese asunto de estado que os pedí que mantuvieseis en secreto y que jamás mencionáseis aquí, en la corte? – dijo con voz peligrosamente fría la reina.

– Verá, mi reina, el chico tiene un temperamento difícil… es muy dócil, pero a la vez testarudo cuando quiere. Si pudiese disponer de ciertos artilugios y facilidades…

– Ni hablar. Padre, ha torturado a cientos de herejes, no me venga ahora con remilgos de novicio. Educará al chico usando toda la paciencia que el Titán le dé, pero no usará ni látigos ni objetos afilados. Seguro que el Titán proveerá – repuso con una encantadora sonrisa.

El religioso se envaró y se retiró con una gélida inclinación, dando una breve satisfacción a la Reina Sancha. Últimamente la Iglesia del Titán estaba tomándose ciertas fervorosas libertades que estaban empezando a resultar sospechosas. En cuanto solucionase el dichoso caso de Cuna de Oscuridad, les recordaría la importancia de los valores tales como la humildad y la lealtad.

Pero aún no habían acabado las preocupaciones de Sancha, ya que la multitud empezó a abrirse como un abanico mientras una comitiva dorada y escarlata se acercaba al trono. Sus sonrisas zalameras atacaban a todo el que osaba acercarse y el terciopelo acariciaba con desdén el mármol del suelo. Toda la comitiva olía a un terrible almizcle, una mezcla de opulencia, sadismo y profunda prepotencia. Los Von Vondra estaban en el Palacio de Ámbar.

– Vaya. Esto sí que no lo vieron nuestros pajaritos – repuso interesado Érebos.

– ¡Querida! Que día tan triste y macilento para encontrarnos, pero al fin y al cabo, son los únicos días de los que disfrutamos últimamente – exclamó con una cantarina voz Zora Von Vondra, Marquesa de Sí a Huevo -. ¿Verdad que sí, Tilaria?

– ¡Así es hermana! Debo alabar el exquisito detalle con el que se ha vestido hoy. A sus pies, majestad – exclamó lady Tilaria, separándose del grupo y deshaciéndose en reverencias.

La Reina Sancha observaba la comitiva mientras su cabeza establecía alianzas y las rompía a una velocidad vertiginosa. Su mirada se trabó con la de Zora, y ambas empezaron un baile mortal en lo más profundo de sus cabezas planeando estratagemas cada vez más complejos basados en la posible respuesta de su oponente. Finalmente, ambas pestañearon y Sancha rompió el tenso silencio preguntando:

– ¿Y bien, querida? ¿Cuál es la razón por la que nuestros primos vienen a regalarnos con su presencia?

– Oh, en estos tiempos tan oscuros y confusos, en los que la gente aparece y desaparece sin ningún tipo de orden ni concierto… los Von Vondra hemos decidido establecernos temporalmente en el Palacio. Ya sabes querida para… estrechar nuestras relaciones.

Sancha ya había pensado varias maneras con las que estrechar el cuello de su rival política. Pero ciertamente, era una oportunidad de oro para controlar más de cerca a esa víbora, aunque significase prácticamente dormir con ella. Pero para que el veneno de esa arpía tuviese efecto, tendría que atravesar su carne. Y Sancha III de Calamburia tenía el pellejo más endurecido que un caimán de las marismas.

– Entiendo que con ese lugar llamado Cuna de Oscuridad tan cercano a Si a Huevo, busquéis asilo político en el Palacio de Ámbar. La Corona protege a los suyos. Sea pues, sed bienvenidas. Cuidaremos de vosotros.

“Cuidaré de vosotros, sí. Y si se presenta la ocasión, os ahogaré en vuestro sueño” pensó la Reina, agarrándose con fuerza al trono.


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