172 – LA ARMONÍA FAÉRICA

Personajes que aparecen en este Relato

LA ARMONÍA FAÉRICA

El bosque está triste. El bosque llora. 

Los árboles ya no bailan. El bosque llora. 

Las flores ya no crecen. El bosque llora. 

El río ya no corrre. El bosque llora. 

El liquen ya no trepa. El bosque llora.

Pero no está sólo. El bosque canta. 

En su esencia está la solución. El bosque canta.

Una cierva será su portavoz. El bosque canta.

Encuentra al que traerá la magia, la luz y la esperanza.

En la penumbra del alba, bajo el velo susurrante de la brisa del Bosque Mágico, mi conciencia emerge suavemente. Mi presencia, etérea y antigua, se desvela entre las sombras que danzan al compás de la brisa matinal. No soy como los mortales que caminan sobre dos piernas, ni tampoco una simple bestia del bosque. Soy una cierva, pero no una cualquiera; en mí habita el espíritu de lo faérico, un ser antiguo nacido de la esencia misma de la magia que permea cada hoja y cada susurro del viento entre los árboles. Este bosque, mi hogar eterno, es el núcleo de un mundo donde lo imposible florece con la naturalidad de la primavera.

Desde tiempos inmemoriales, he recorrido estos senderos ocultos, guiada por la luz de estrellas que nunca se ven en el cielo de los humanos. Mi existencia se entrelaza con la del bosque; soy sus ojos cuando la oscuridad cae, sus oídos en el silencio invernal, y su voz cuando la primavera susurra el renacer. Pero esta mañana, algo ha perturbado la armonía ancestral que siempre hemos guardado. Una inquietud se agita en las profundidades, un presagio de cambio, de una perturbación en el delicado equilibrio de nuestro mundo.

Una voz susurrante proveniente de las mismas entrañas del Bosque Mágico me convoca con urgencia, un llamado que no puedo, ni deseo, ignorar. Tengo que ayudarlo. Me pongo en pie, consciente de que cada momento es precioso y no hay segundo que desperdiciar. Desde hace ya un tiempo, somos testigos de un fenómeno inquietante: el tejido mismo de nuestra existencia se sacude con convulsiones, portales se abren sin cesar, desgarrando el velo de la realidad, sembrando el caos. Me pregunto, con una mezcla de temor y asombro, ¿qué tormenta azota a la magia que siempre ha sido nuestra guía y refugio, ahora tan salvaje y errática? ¿Dónde se hallará la Dama Blanca, guardiana de nuestro equilibrio? Siento cómo mi luz interior titila y se debilita, empujándome hacia el claro sagrado de la Aguja de Nácar.

Rápidamente, me aparezco en la penumbra de unos arbustos en frente del Círculo de Piedra, oculta entre las sombras, cuando Kárida, la Dama de los Unicornios, con su presencia imponente, capturó la atención de todos.

—Mi hermana ha sido vilmente asesinada. Una usurpadora de Calamburia, Anya la guardabosques, ha osado quitarle la vida y robar su identidad. He sido yo quien ha destapado esta traición y, en el combate posterior, donde defendía mi vida y nuestro honor, la cúpula del palacio se vino abajo, sellando así su destino.

Aunque su tono buscaba transmitir duelo y justicia, algo en sus palabras no resonaba con sinceridad. Como espíritu del bosque, podía sentir las corrientes de verdad que fluían más allá de las apariencias. La tristeza de la Dama Añil parecía una máscara, una fachada construida para ocultar sus verdaderas intenciones. En mi esencia, sabía que algo más se ocultaba detrás del relato de Karida; la Dama Blanca aún tejía su magia en el mundo, su presencia era un hilo tenue que me llamaba.

El cántico sagrado comenzó a elevarse, una melodía ancestral que resonaba con el poder de los eones, pero en ese momento, las notas parecían teñirse de oscuridad. Lo entendí de inmediato: esto no era más que un golpe de estado disfrazado de ritual. La urgencia me llenó, un llamado feroz y desesperado. Debía encontrar a mi señora. Sin perder un segundo, me deslicé fuera del círculo de piedra, movida por una determinación inquebrantable. La esencia de la Dama Blanca, sutil pero inequívoca, tiraba de mí, guiándome a través del velo de engaños y sombras. Era mi deber, mi propósito como espíritu del bosque, desentrañar la verdad y restaurar el equilibrio. La búsqueda de la verdadera guardiana de nuestro mundo había comenzado, y no descansaría hasta hallarla.

Atravieso la espesura del Bosque Mágico, convencida de que ahí encontraré las respuestas que busco. Interrogo a las majestuosas hayas, centinelas ancestrales del bosque; a los abedules, con sus ojos vigilantes; a los almendros de floración temprana; a los robustos nogales… pero el silencio es la única respuesta. Avanzo hacia las profundidades, hacia el Gran Sauce, corazón de la magia más ancestral, y espero. La urgencia y la necesidad me inundan: Karianna me necesita. ¿Dónde puede estar? Afinando mis sentidos, la visión se aclara: el Estanque de la Polimorfosis, santuario de nuestro encuentro pasado, se revela ante mí. Con la fuerza del bosque fluyendo a través de mí, me manifiesto junto al estanque.

—Mi señora, ¿ha llegado la hora? —pregunto. Y me respondo a mí misma acto seguido:. Sí, ¡está de parto!

—¿Cómo lo sabes…? —balbucea Karianna, sudorosa y débil.

—Fui yo quien envió el presagio a la Dama Esmeralda durante las convulsiones del sueño del Titán, para que os protegiera a ti y a Hábasar con su conjuro de Hiedras—le revelo—. ¿Dónde está el hado?

—Se ha ido a solicitar la ayuda de los druidas, nuestros benefactores. No se lo he dicho a nadie. Me encuentro sola —me confiesa, con una mezcla de resignación y esperanza.

—No, mi señora, yo estoy aquí con vos —le aseguro, ofreciéndole mi apoyo incondicional.

La asisto a respirar pausadamente y a empujar con suavidad. A pesar de su cansancio, siento que tiene la fortaleza para conseguirlo; tengo una corazonada. Pasan las horas y se mantiene estoica, empujando y respirando.

Poco a poco empiezo a ver unas pequeñas pezuñas seguidas por unas patas esbeltas, una cola grácil, y finalmente, un delicado hocico acompañado de las patas delanteras Ante mí tengo un precioso potro tordo con un pequeño cuerno que empieza a brillar con destellos sutiles. Karianna, con ternura, limpia con cuidado a su pequeño recién nacido y se levanta con dificultad. 

—Mi señora, es un potrillo precioso y está sano. Recibid mis más sinceras felicitaciones— susurro mientras mis ojos no pueden apartarse de la mirada inocente del joven unicornio— Y permitidme deciros, con toda la certeza que mi corazón puede albergar, que puede estar tranquila porque este potrillo lleva en sí la apariencia de un unicornio puro, sin el más mínimo atisbo de hada en su ser. Ni en aroma, ni en la delicadeza de flores nacientes sobre su piel se presiente la influencia de las hadas. 

En ese preciso instante, algo en el recién nacido captó toda mi atención, un detalle que no había percibido hasta ahora. Se trataba de una energía que envolvía su pequeña figura, una vibración sutil pero inconfundible que me resultaba extrañamente familiar. No podía comprender el porqué, pero algo en mi interior resonaba con esa presencia, como si alguna parte de mi ser reconociera ese aura, ese halo especial que lo rodeaba. Era como si esa energía me hablara en un lenguaje olvidado, evocando memorias y sensaciones que yacían dormidas en lo más profundo de mi conciencia. ¿Por qué me resultaba conocida? ¿Qué secreto ocultaba esa singular vibración que me atraía y me desconcertaba a partes iguales?

—La energía que emana de él, sin embargo, es inusual —. -Continué, observando cómo la luz del claro del bosque acariciaba su figura, revelando un aura única—. Posee un poder que no se identifica claramente ni con el de las hadas ni con el de los unicornios. Es algo nuevo, el inicio de un poder desconocido hasta ahora. Por cierto, ¿cCuál será su nombre, mi señora?

—Yardan —responde ella, con una voz que resuena con un matiz de fuerza renovada. —Es el nombre de un antiguo protector en las leyendas faéricas, un ser que trascendió las divisiones entre los reinos para unirlos. Creo que es el nombre perfecto para él.

—Gobernará sobre todos nosotros —afirmo, captando su mirada sorprendida—. Así lo ha señalado el bosque: “Del odio ancestral surgirá un nuevo amor y del amor la esperanza”.  Yardan simboliza ese futuro, el puente entre antiguos conflictos y la promesa de unidad y paz.

Ayudo a mi señora y su pequeño a recobrar fuerzas. La batalla no ha acabado. Aún tenemos que ir a la Aguja de Nácar para detener a Kárida y reclamar lo que legítimamente pertenece a Karianna. Al explicarle la situación, ella comprende la gravedad del asunto y, pese a la debilidad que aún la embarga, accede a acompañarme al ancestral círculo de piedra para recuperar su tiara. Con un notable esfuerzo conjunto, logramos materializarnos en el claro del bosque, bajo la mirada atónita de los presentes en el cónclave. La tensión en el aire es palpable, cortada solo por la voz quebrada de Kyara, la anciana faérica de los Unicornios, que reconoce a su hija entre la multitud.

—No puede ser —solloza Kyara—. ¿Eres tú, hija? ¡Te dimos por muerta!

—Soy yo, madre —explica Karianna—. Perdonadme, pero me vi obligada a esconderme por el bien de todo el Mundo Faérico .Confíé en una buena amiga para que adquiriera mi forma durante mi ausencia. Era mi mejor opción porque comprende profundamente el sacrificio, habiendo priorizado el bienestar de nuestro mundo por encima del suyo propio. Su valentía y honor la hacían la candidata perfecta para proteger mi lugar. Pero, ¿dónde se encuentra? ¿qué ha ocurrido con Anya?

—Atacó duramente a tu hermana que solo intentaba vengar tu muerte. Durante el enfrentamiento, hubo un fuerte temblor y el trono se derrumbó sobre ella. No sobrevivió —nos explica Drëgo, el joven druida.

La noticia golpea a Karianna como un rayo, sacudiendo su ser con una tormenta de dolor y furia, avivando en su interior la fuerza de la misma tierra..

—¿Habéis osado quitarle la vida a mi amiga, aquella que se sacrificó por mí, que estuvo a mi lado en mis momentos de más soledad…? —Su voz, cargada de incredulidad y acusación, corta el aire como un cuchillo—. ¿Has sido tú, hermana?

Desde mi posición, invisible a los ojos de los demás asistentes, observo la escena desplegarse, sintiendo el peso de cada palabra, cada emoción.

Kárida, falsamente compungida, responde con una voz que intenta vestirse de dolor y justificación.

—Fue en defensa propia —miente, con una habilidad que hiela la sangre—. Me reprochas por proteger nuestro legado, ¿pero qué hay de ti, hermana, que antepones a una extranjera sobre tu propia familia?

Karkaddan, el consorte de Karida, con su presencia imponente, interviene lleno de reproche y desdén.

—No te preocupas por tu sangre, Karianna. Estuve allí; estuvimos a punto de morir y perder el equilibrio mágico por tu negligencia.

La tensión se corta con el filo del cuerno de un unicornio. Karianna, con una furia que parece emanar de la misma tierra, grita, dejando al descubierto años de resentimiento y dolor.

—¡Siempre me has tenido envidia, Kárida! Esto es solo parte de tu malvado plan. Nunca te has preocupado por nadie; solo me has envidiado desde niña, y ahora, aún más, siendo yo la Dama Blanca

El grito desgarrador de Karianna reverbera a través del círculo de piedra, desatando una ola de emociones que se extiende hasta el más mínimo rincón del bosque. En ese preciso instante, el pequeño Yardan, escondido hasta ahora en las sombras protectoras de su madre, comienza a llorar. Su llanto, impregnado de una energía cálida y pura, resuena con una tristeza empática tan profunda que se anida en los oídos de los presentes, tejiendo un velo de melancolía que envuelve cada corazón.

—¿Y quién es ese potrillo que se oculta tras de ti? —interroga Marilia, la Dama Turquesa de las Ondinas, su voz teñida de curiosidad y cautela.

—Es mi hijo, Yardan. Su nacimiento me obligó a ausentarme, pero he regresado para retomar mis deberes, mientras Breena se encarga de su cuidado —responde, con una firmeza que brota de su recién descubierta maternidad.

—¿Y de dónde ha salido? ¡No me fío! —Elga, la señora de los enanos, lanza su acusación con una mirada desconfiada.

—¿Cómo podemos estar seguros de que no volverás a desaparecer? Los unicornios no son conocidos por ceder el liderazgo fácilmente —indaga la Dama Irisada, su escepticismo flotando en el aire cargado de tensiones antiguas.

En ese momento, siento cómo la energía de Yardan, aunque joven e inexperta, comienza a tejer un manto de calma alrededor nuestro. Emanando desde su pequeño pero firme cuerno, se extiende suavemente por el círculo, tocando a cada uno de los asistentes. Es una calma palpable, un bálsamo que suaviza las aristas de la desconfianza y el escepticismo, envolviendo el ambiente en una atmósfera de paz. Su presencia, pura e inocente promueve un entendimiento tácito entre todos: hay algo en ese pequeño ser que invita a la esperanza y alienta a la unión

—Mi ausencia fue por una causa justa, una dedicada al futuro de nuestro mundo. Yardan no es solo mi hijo; es el símbolo de un nuevo comienzo, la promesa de unión entre nuestras divisiones más profundas. Su presencia aquí no es motivo de discordia, sino una oportunidad para la esperanza y la reconciliación entre todos nosotros —declaro, mirando a cada uno de los presentes, buscando en sus ojos algún atisbo de entendimiento.

El silencio que sigue a mis palabras es tenso, pero en él, también hay espacio para la reflexión. Como Breena, el espíritu del bosque y narradora de esta historia, observo y espero, sabiendo que el destino de nuestro mundo faérico pende de la aceptación y la comprensión de esta nueva realidad. La presencia de Yardan, con su inusual nacimiento y su energía única, podría ser justo lo que necesitamos para curar las heridas antiguas y caminar juntos hacia un futuro de unidad y paz.

—Doy mi palabra de que no volveré a desaparecer ni a desatender mis responsabilidades para con el pueblo faérico —afirma Karianna con solemnidad—. Como muestra de mi compromiso, sugiero que cada dama designe a un guardia de su confianza para residir en la Aguja de Nácar hasta que su señora así lo decida. Estos guardias no intervendrán en asuntos de gobierno, pero servirán como embajadores de sus razas y mantendrán informadas a sus damas sobre los sucesos en la torre.

—Así será. En la luz de Nácar, unidos. —anuncia Kyara, dando por concluida la reunión con un tono que no admite réplica.

Entonces, ya no hay necesidad de continuar con el ritual —declara Tyria, lanzando una mirada cargada de significado hacia Kárida—. La Dama Blanca ha regresado.

Como se había acordado previamente, cada dama elige a uno de sus guardias más fieles para representarla en la Aguja de Nácar: la Ondina eligió al astuto Heleas; la señora de los Efreets, al letal Sîyah; la Dama de Acero, a Isaz, su hijo menor; la Dama de los Faunos, al valeroso Quercus; la Dama Añil, a su esposo; y Hábasar, el hado, se ofreció voluntariamente por las hadas. Tras la presentación de sus respectivos embajadores, las damas y sus comitivas partien hacia sus reinos, y Karianna, junto a su hijo, retoma su lugar en el palacio.

Tras volver del círculo de piedra y en cuanto se despejó la zona, Quercus, uno de los faunos guerreros más fieros del reino Esmeralda, invoca mi presencia a través del antiguo ritual:

—Señora espíritu del bosque, soy Quercus, guardia de la Dama Esmeralda, invoco tu sabiduría y protección en este lugar sagrado. Que la luz de la Aguja de Nácar sea testigo de mi llamado y guíe tu espíritu hasta mí —sus palabras, pronunciadas con reverencia, se mezclaban con los suaves susurros del viento, llevando su petición hacia el corazón del bosque.

—Por supuesto, Quercus. Acompáñame —le respondí, apareciendo de inmediato y guiándolo a un lugar más tranquilo a los pies del Palacio.

—Antes de que mi señora, la Dama Esmeralda se retire al Círculo de Ancianas, Quercus desea asegurarse de que la Dama Blanca tenga todo bajo control — me dice el Fauno, una vez que nos encontramos rodeados por el verdor eterno del bosque.

—¿A qué te refieres exactamente? —pregunto, sintiendo la importancia de sus palabras.

—La Dama Añil se muestra inquieta. Inició el ritual sin permitir que las ancianas faéricas examinaran el cuerpo de la supuesta Dama Blanca caída. Invocó vuestro espíritu, pero no debió recitar las palabras ancestrales puesto que no os presentasteis. Se apoderó del báculo y de la tiara y solicitó al druida supremo que comenzara el Ritual. Su sed de poder es evidente — me explica Quercus, con una gran preocupación que se observa en su mirada.

—Comprendo tus palabras, valeroso Quercus, y te agradezco el aviso. Mantendremos vigilancia sobre la Karida. Por favor, transmite a tu señora esta conversación y mi respuesta —aseguro, consciente del delicado equilibrio que debíamos proteger.

El hecho de que Quercus recurriera a mí, en un lugar tan distante de su hogar, subrayaba la gravedad de la situación. Kárida había deseado el título de Dama Blanca desde su infancia, y su intento de usurpación podría haber tenido consecuencias desastrosas para la magia que sustenta nuestro mundo. A pesar de esto, el encuentro con Quercus reafirmó mi compromiso de custodiar el equilibrio y la armonía en el reino faérico, protegiendo a Karianna y su recién nacida familia de cualquier amenaza, visible o no.

El mes transcurre sin sobresaltos, y la Dama Blanca logra establecer un lazo de confianza con los embajadores de las distintas razas faéricas. Cumplido el periodo de colaboración, los representantes parten hacia sus reinos para informar a sus respectivas damas sobre los progresos realizados. Se ha acordado que cada uno llevará a la dama de su raza un detallado informe de lo discutido y, posteriormente, regresará a la Aguja de Nácar portando las peticiones específicas de cada una. Este procedimiento, propuesto por los druidas, fue acogido positivamente por mi señora, estableciendo un flujo de comunicación y cooperación entre los distintos sectores del reino faérico.

Durante los paseos con Karianna por los jardines del palacio, nos deleitamos en la presencia del pequeño Yardan. En estos momentos de calma, Karianna revela la decisión de Hábasar de asumir su rol como padre, buscando formas de afirmar oficialmente su lazo con el potrillo. Su estrategia incluye solicitar la ayuda de Drëgo, el cordial aprendiz del líder druídico, y de Karkaddan, con quien ha establecido un vínculo significativo. Aunque la sagacidad de Drëgo es innegable, las verdaderas motivaciones de Karkaddan me generan escepticismo. Es mi deber mantener una vigilancia constante sobre él, además de asegurar el bienestar de Yardan. Este encantador potrillo, cuya paz es palpable en sus momentos de descanso, se ha convertido en una luz en nuestras vidas. Cada anochecer, me aseguro de visitarlo para impartir mis bendiciones y entonar la canción de cuna que tanto ama, rodeándolo de un ambiente de cariño y seguridad.

Entonan las ondinas un lindo cantar,

De un ser extinto que ha de resurgir.

Del odio el amor logrará despertar,

Y sobre todo lo oiremos rugir.

Corre pequeño, encuentra tu hogar,

El espíritu del bosque por ti velará.

Vuela mi niño y sé muy feliz,

Pues tu destino es sanar la cicatriz.

171 – LA DAMA BLANCA IV

Personajes que aparecen en este Relato

LA DAMA BLANCA IV

La ceremonia en el sagrado círculo de piedra había capturado la atención de todos los presentes, dejándolos en un estado de asombro colectivo. La elección del Espíritu del Bosque había desafiado todas las expectativas: en lugar de seguir la tradición de confirmar a la candidata predestinada por su raza, había otorgado el título a una candidata inesperada. Aunque la elegida era, efectivamente, una unicornio, conforme al resultado de la votación, no se trataba de la que había ocupado el cargo de Dama Añil, sino de su hermana menor. Este inusual giro de los acontecimientos sembró desconcierto entre las congregaciones faéricas, que no lograban comprender la decisión tomada por el venerado espíritu.

En el corazón palpitante del claro, bajo la bóveda celeste que se teñía con los últimos destellos del atardecer, se alzaba la figura imponente de Öthyn. A su alrededor, el aire vibraba con la magia ancestral que fluía libre y salvaje en el Mundo Faérico. El cuello de Öthyn, adornado con una cascada de plumas verdes, cada una capturando y reflejando la luz en un espectro de tonalidades vivas, proclamaba su estatus único: él era el Druida Supremo. Este distintivo, junto con su regia capa y su báculo de poder, era portado únicamente por aquellos que habían alcanzado el cenit de la sabiduría y el poder druídico. Su cuello de plumas era más que un adorno; era un símbolo de su unión inquebrantable con las fuerzas primordiales de la naturaleza, que le daba autoridad y poder para controlar y gestionar los flujos de magia entre los reinos, una promesa de protección y guía para todos los seres faéricos.

Heredero de las responsabilidades mágicas del ritual tras el lamento por la muerte de Alfrid, el último Archimago, su figura se erigía como un pilar de sabiduría y calma. Su presencia era un faro de luz en tiempos de incertidumbre, un recordatorio de que incluso en la más profunda oscuridad, la sabiduría y el coraje podían forjar un camino hacia el amanecer.

Cuando su voz resonó en el claro, cada palabra cargada de poder y promesa, hizo evidente que no solo dictaba el destino de una nueva Dama Blanca, sino que también tejía el futuro del Mundo Faérico. Y con la solemnidad que el momento requería, proclamó:

—El Espíritu del Bosque ha hablado, ¡tenemos nueva Dama Blanca!

El silencio que siguió fue absoluto, roto solo por el viento que susurraba entre las hojas. Todos los ojos estaban ahora puestos en Karianna, cuyo destino acababa de tomar un rumbo inesperado, marcando el comienzo de una nueva era para el Mundo Faérico bajo su liderazgo. La conmoción de Kárida y el desvanecido orgullo de Karkaddan se entrelazaban con el asombro generalizado, mientras el Mundo Faérico se enfrentaba a la revelación de su nueva guardiana. En ese momento de tensión y sorpresa, el curso del futuro se había trazado con la elección inesperada del Espíritu del Bosque.

La euforia de la coronación de Karianna como Dama Blanca se extendió durante semanas, sumiendo al Palacio de Nácar en un remanso de júbilo y celebración.

El momento de la despedida había llegado, teñido de solemnidad y emoción contenida. Kyara y Karianna, madre e hija, se encontraban frente a frente en los vastos jardines del Palacio de Nácar, bajo el etéreo resplandor de una luna llena que parecía más grande de lo habitual. La brisa nocturna, cargada de los aromas del bosque, envolvía la escena en un abrazo suave y frío. Kyara, con la dignidad y la gracia que la caracterizaban, posó sus manos sobre los hombros de Karianna, mirándola directamente a los ojos, esos espejos del alma que tanto habían compartido y que ahora reflejaban una mezcla de orgullo, tristeza y esperanza.

—Recuerda, hija mía —comenzó Kyara, con una voz firme pero cargada de emoción—, en cada decisión que tomes, en cada camino que elijas recorrer, deja que este consejo ancestral de nuestro linaje te guíe: ‘Que la verdad de tu corazón sea el faro en la oscuridad y la compasión, tu escudo ante la adversidad’. Los unicornios hemos vivido por eones bajo este precepto, permitiéndole a nuestra esencia permanecer pura y justa.

Las palabras resonaron en el aire, como un legado vivo que trascendía generaciones. Karianna asintió, las lágrimas asomando en sus ojos, consciente del peso de la responsabilidad que ahora recaía sobre sus hombros y del amor incondicional de su madre. Kyara le ofreció una última sonrisa, un gesto de infinito amor y confianza, antes de girarse y caminar hacia el Círculo de Ancianas Faéricas, lugar donde continuaría su viaje espiritual.

Karianna permaneció en silencio, observando la silueta de su madre desvanecerse entre los árboles, sintiendo la fuerza de sus palabras anidar en su alma. Ahora, como la nueva Dama Blanca, estaba lista para liderar a su gente con el corazón y la sabiduría, custodiando el Mundo Faérico hacia un futuro prometedor.

La despedida de Kyara, marcada por la entrega de sabiduría y confianza, contrastaba profundamente con el secreto que Karianna guardaba. La joven Dama Blanca se encontraba ahora en una encrucijada de emociones, luchando por reconciliar su deber con el deseo de su corazón. El consejo de su madre resonaba en ella, pero ¿cómo seguir el faro de su verdad cuando esa misma verdad podría llevarla a la perdición?

La relación con Hábasar, que continuaba floreciendo en la clandestinidad, se había convertido en su refugio y su tormento. Cada encuentro, cada momento compartido, era un recordatorio de lo que estaba en juego. El amor que sentía por el hado era un desafío a las antiguas leyes que regían el Mundo Faérico, un desafío que podría desencadenar consecuencias devastadoras para ambos.

Así, con la luna como único testigo, Karianna se prometió a sí misma encontrar un camino que pudiera unir su destino con el de Hábasar sin traicionar el legado de su linaje ni el bienestar del Mundo Faérico. La tarea no sería fácil, pero el amor y la verdad que compartían le daban esperanza. En la profundidad de su ser, Karianna sabía que el amor verdadero era una fuerza poderosa, capaz de cambiar el curso de la historia, incluso en un mundo donde lo imposible era cotidiano

Hacía mucho que no tenían noticias de Anya; algunos pensaban que había regresado a su mundo, otros temían lo peor, que hubiera fallecido. Sin embargo, un día, tras el cataclismo que devastó el Mundo Faérico, regresó. Durante este tiempo había encontrado refugio en la espesura del bosque, recurriendo a su conocimiento y hechizos de guardabosques para sobrevivir, mientras esperaba el momento adecuado para hacer su retorno a la Aguja de Nácar.

Al llegar, lo que encontró fue un escenario que nunca habría imaginado. En el centro de la sala del trono, bajo el resplandor suave de la luz que se filtraba a través de las ventanas altas, vio a su amiga acariciando delicadamente a un joven cervatillo. Sin duda era Karianna, pero estaba transformada. La Dama Blanca emanaba una serenidad y un poder que iban más allá de la joven que había conocido. La corona de luz en su cabeza y el báculo que descansaba a su lado no dejaban lugar a dudas sobre su nuevo papel en el Mundo Faérico.

El reencuentro fue un momento suspendido en el tiempo, una pausa en el torbellino de cambios y desafíos que habían enfrentado. Anya, con el corazón henchido de emociones encontradas, dio un paso adelante, su mirada encontrando la de Karianna.

—Has cambiado— dijo Anya en un susurro que llevaba consigo el peso de su viaje, tanto físico como emocional.

Karianna le sonrió, una sonrisa que era a la vez la misma y completamente diferente.
—Y tú has sobrevivido —respondió con un brillo de orgullo y cariño en sus ojos—. Juntas, enfrentaremos lo que venga.

En ese instante, entre las ruinas de lo que una vez fue y la promesa de lo que podría ser, se forjó un nuevo vínculo. No solo era el reencuentro de dos amigas, sino también el nacimiento de una alianza entre la Dama Blanca y la guardabosques, unidas por el deseo compartido de reconstruir y proteger un Mundo Faérico que emergía, renacido de sus cenizas.

Pero, con el tiempo, la salud de Karianna comenzó a flaquear; el sueño le era esquivo, las mañanas la recibían con malestar y su concentración se dispersaba como niebla al sol. En busca de respuestas, recurrió a Anya.


—¿Qué me está pasando? —sollozó, confundida—. Quizás el nombramiento como Dama Blanca fue un error. ¿Se habrá equivocado el espíritu del bosque, y estoy sufriendo las consecuencias ahora?

—No, mi señora —respondió Anya, con una sonrisa dulce y comprensiva—. La razón es otra: vais a ser madre.

—Eso es imposible —replicó Karianna, negando con la cabeza—. No puede ser verdad.

—Recordad la noche de vuestra coronación; desde entonces, la luna no ha marcado su ciclo en vos —recordó Anya, tratando de aliviar la tensión con su sonrisa—. ¡Enhorabuena!

—¡No, Anya! Eso está contra las normas —protestó Karianna con desesperación.

A continuación, compartió su secreto con Anya: su amor oculto por Hábasar, príncipe de las hadas. Revelar su relación significaría enfrentarse a un destino fatal, dada la enemistad ancestral entre hadas y unicornios. Es más, había antiguas leyes que prohibían el amor entre razas faéricas. Por todo ellos forjaron un plan audaz: Anya tomaría el lugar de Karianna como Dama Blanca durante su ausencia. Después del nacimiento del bebé, la unicornia retomaría su puesto y ayudaría a Anya a volver a Calamburia con su familia. Para lograrlo, Karianna entregó a su amiga una ampolla que contenía agua del Lago de la Polimorfosis, un regalo cuidadosamente provisto por el hado Hábasar. Este líquido mágico permitiría a Anya cambiar de forma de manera permanente, hasta que decidiera revelar su verdadera identidad.

Ahora, Karianna se encontraba ante la encrucijada de su promesa solitaria bajo la última luna llena. Aquella promesa, hecha en soledad y silencio, se veía amenazada por el inesperado giro de su destino, poniendo en juego no solo su posición como Dama Blanca sino el futuro de todo lo que amaba.

En la actualidad.


—Invoca a tu preciado Titán si así lo deseas, insignificante mortal —despreció Kárida con un tono cargado de veneno—. Pero no escaparás de este lugar con vida.

Con un brillo de determinación en sus ojos, la Dama Añil adoptó la forma de un unicornio majestuoso y formidable. Con una fuerza que resonaba como truenos, comenzó a martillear el suelo con su pezuña, desencadenando un estruendoso temblor.

Fue entonces cuando Anya, con la determinación ardiente en sus ojos, convocó la esencia profunda de su ser de guardabosques. Con palabras cargadas de poder antiguo, liberó hechizos formidables, una marea de energía verde que brotó de la tierra buscando protegerla, escudos de naturaleza que crecían en un intento desesperado por detener la embestida.

Karkaddan no tardó en sumarse al conflicto fusionando sus propios ataques con los de Kárida para intensificar el temblor que amenazaba con devorar todo a su paso. La batalla se convirtió en un espectáculo épico de magias enfrentadas, una danza de poder que retumbaba a través de la sala.

Sin embargo, el techo de la sala, víctima de la colosal lucha de voluntades, no pudo sostener la embestida combinada y cedió, desplomándose en una lluvia de escombros hacia Anya, quien, sorprendida no tuvo tiempo de realizar ningún hechizo para crear una barrera protectora sobre sí.

En el caos que siguió, nadie fue testigo del trágico destino de Anya. Bajo el manto del derrumbe, su lucha llegó a un fin silencioso. Kárida, con el báculo de la Dama Blanca ahora en sus manos, abandonó la escena sin mirar atrás, decidida a enfrentarse al resto de las damas y reclamar el título que creía le había sido injustamente negado. En el torbellino de emociones que acompañaban la anticipación de su coronación, parecía que los nervios habían eclipsado cualquier pensamiento sobre el posible fallecimiento de su hermana. Kárida nunca había sido de aquellas que se detienen en el pasado; su mirada siempre estuvo fija en el futuro, especialmente si este prometía favorecerla.

170- LA DAMA BLANCA III

Personajes que aparecen en este Relato

LA DAMA BLANCA III

Con el paso de los meses, Anya y Karianna se convirtieron en amigas inseparables. Karianna le revelaba a Anya los secretos maravillosos de su mágico mundo, mientras que Anya se aseguraba de que la joven unicornio no se metiera en demasiados líos. Un día, Karianna decidió mostrarle uno de sus rincones favoritos: el Estanque de la Polimorfosis. A pesar de las reticencias iniciales de la guardabosques, debido a que el estanque se ubicaba más allá del territorio de los unicornios, en las lejanas tierras de las hadas, la curiosidad acabó por ganar la partida y ambas se dirigieron a los Jardines Irisados.

Cuando llegaron la guardabosques quedó prendada de la belleza de aquellos salvajes jardines. Ante ellas se extendía un precioso tapiz de margaritas sobre el que se elevaban hermosas y raras flores que nunca antes había visto. Karianna le explicó los diferentes tipos y sus usos: desde la flor de azafrán, útil para pociones de amor, hasta la bella rosa de invierno o la venenosa flor murciélago. Sin duda, el reino de las hadas era tan bello como peligroso. 

Avanzaron con cautela hasta alcanzar un estanque cuyas aguas cambiaban de color, dejando a Anya totalmente embelesada. Ocultas tras una roca, observaron a las hadas interactuar con el estanque, lanzando hojas enrolladas al agua. Según Karianna, se decía que el estanque podía transformar físicamente a quien se bañara en él o cambiar el destino de quien lo deseara, con solo susurrar un deseo a una hoja de cala y lanzarla.

Después de varias horas, apareció un hado con una hoja de cala en mano; su porte era el de un príncipe. De repente, un estruendoso temblor sacudió la paz del jardín haciendo trastabillar al joven. Karianna actuó rápido salvando al hada de caer al estanque. Al mirar a su alrededor, Karianna no vio a Anya por ningún lado.

—¿Qué haces aquí? —le reprochó Hábasar, príncipe de las hadas. Los unicornios no son bien recibidos.

—¿Acaso hubieras preferido que te dejara caer? ¡Insolente hado! —respondió Kariana de forma soberbia.

La tierra tembló nuevamente, pero esta vez, robustas ramas surgieron del suelo envolviendo a la pareja en una fortaleza de hiedra. Claramente, una magia faérica les estaba protegiendo. La barrera se fortaleció, y a medida que el manto de la noche envolvía todo a su alrededor, ambos comenzaron a sincerarse, compartiendo sus verdades y miedos bajo el velo de la oscuridad. Confesaron el deseo común de proteger a sus seres queridos y sus reinos. Con el frío penetrando, se dieron calor mutuamente: la gruesa piel de Karianna protegía a ambos, ya que Hábasar era más vulnerable al frío.

Durante días interminables, la barrera de hiedra se convirtió en un refugio insólito para Karianna y Hábasar, aislándolos del mundo exterior y sus peligros. Esta fortaleza natural era amplia y no solo les ofrecía protección contra las anomalías mágicas que azotaban el Mundo Faérico, sino que también creaba un microcosmos en el que el tiempo parecía detenerse. La hiedra, imbuida de una magia esmeralda antigua y protectora, absorbía y neutralizaba cualquier hechizo maligno que intentara penetrar su densa trama, actuando como un escudo impenetrable ante las fuerzas oscuras que buscaban desestabilizar el reino. Sin embargo, en el corazón de Karianna crecía una preocupación constante por Anya, quien había quedado fuera de esta burbuja de seguridad. La idea de que su amiga estuviera expuesta a los crecientes peligros sin la protección de la barrera la llenaba de una angustia profunda. 

Pasaron los días y la pareja se alimentaba de nutritivas bayas que crecían en la hiedra. Con el tiempo, la rivalidad entre ellos se transformó en afecto, evolucionando desde simples roces a abrazos, besos y luego a encuentros apasionados. ¿Estaría naciendo el amor?

Un mes había transcurrido cuando, al borde del crepúsculo, los murmullos de una multitud comenzaron a tejerse con el viento. Entre ellos, se destacaban las voces de tres Damas Faéricas. La más resonante pertenecía a Kyara, la Dama Blanca, cuyo báculo se elevaba hacia el cielo como un faro de autoridad y esperanza.

—¡Han de estar por aquí!— proclamó la Unicornia con su voz cargada de una mezcla de ansiedad y determinación, desgarrando el silencio de la tarde.

En un acto de unidad y fuerza, un ejército de hadas y unicornios conjuraron su magia para desgarrar el entramado de hiedra que había servido de prisión y protección, revelando finalmente a los jóvenes perdidos. 

—Estaba convencida de que los encontraríamos cerca del lago —anunció Titania, la Dama Irisada—. Sin tus hechizos protectores de hiedra no se hubiesen salvado. Sin duda los faunos deben estar orgullosos de que seas su Dama Esmeralda. Gracias Tyria, que la serenidad de la luz de nácar envuelva vuestros días —expresó con gratitud, mientras el grupo se reunía en torno a los recién liberados.

—Los faunos poseemos un linaje noble. El Espiritu del Bosque me habó y super lo que tenía que hacer. Qué fortuna fue estar a tu lado cuando este embrollo se desató, permitiéndome ofrecer nuestro auxilio —replicó la Dama Esmeralda, con un tono que reflejaba tanto orgullo como alivio.

Sin embargo, la Dama Blanca, con la gravedad tallada en su semblante, interrumpió el breve momento de camaradería.

—No hay tiempo para regodeos. Una sombra de urgencia se cierne sobre nosotros; los elementos del Templo de la Sacerdotisa del Reino de Calamburia se han desestabilizado, perturbando gravemente el equilibrio de nuestro mundo.

Con la seguridad de haber encontrado a los desaparecidos, fueron escoltados de vuelta a sus respectivos hogares. Karianna, acompañada por su madre y su hermana, partió hacia la capital, dejando tras de sí la promesa de que su tía se uniría a ellas tan pronto como Anya fuera encontrada. 

La Dama Blanca, sin tiempo que perder, y en cuanto la situación estuvo estabilizada, convocó a las líderes de todas las facciones faéricas al pie de la majestuosa Aguja de Nácar. 

—Damas, druidas, seres del Mundo Faérico —inició Kyara con respetuosas reverencias—. Los recientes sucesos han iluminado mi percepción, evidenciando mi desfase frente a los cambios mágicos y la emergencia de nuevas adversidades, para las cuales no supe prepararnos. Lamentablemente, reconozco que mi capacidad para salvaguardar nuestro mundo ha mermado. Por esta razón, he convocado este cónclave, no solo para anunciar mi retiro sino también para designar a la siguiente Dama Blanca.

Las damas ocuparon sus lugares en el ancestral círculo de piedras, comenzando un cántico que invocaba a Breena, el espíritu del Bosque Mágico. Este ritual, rara vez celebrado, congregaba a la diversidad del Mundo Faérico en pleno: desde los diligentes enanos y las etéreas hadas hasta los nobles unicornios, pasando por los ardientes efreets, los indómitos faunos y las pacíficas ondinas. Juntas, las damas canalizaban la esencia de sus linajes con un majestuoso canto mientras la luna bañaba el claro en un halo de luz plateada. La melodía de su invocación se extendió por varios instantes hasta que Kyara recitó con voz firme sus últimas palabras como Dama Blanca, las estrofas finales, permitiendo que los rayos lunares bañaran el claro del bosque en el que se encontraban. Desde la distancia, una luz sutil se abría camino entre la arboleda: era Breena aproximándose.

Acto seguido, cada dama, por turnos, manifestó su esencia y la depositó en la urna situada en el altar: la Dama Añil presentó un cristal de tono azulado; la Irisada, un espejo de reflejos cambiantes; la Carmesí, una llama vibrante; la de Acero, un emblema metálico; la Turquesa, una gota acuática proveniente del abismo marino; y la Esmeralda, con un gesto, hizo germinar un árbol encantado a partir de una diminuta semilla. Con los emblemas ya dentro de la urna, llegó el momento de elegir al linaje que lideraría a todos. Una a una, se aproximaron al altar para emitir su voto en silencio, mientras Breena, en su andar, las rodeaba. Tras tomar asiento todas, Kyara levantó la urna, de la cual emergió un brillante rombo azul: el emblema de los unicornios, señalando que, una vez más, eran ellos los designados para regir el Mundo.

La ceremonia en la Aguja de Nácar se encontraba en su momento culminante, y el aire vibraba con una tensión casi palpable. Todas las miradas estaban fijas en Breena, el espíritu del bosque, cuya presencia simbolizaba la ancestral sabiduría de su mundo. Entre las damas reunidas, Karida, la Dama Añil,  resaltaba con una mezcla de esperanza y ansiedad. Había pasado toda su vida anhelando este preciso instante y las demás damas habían elegido de nuevo a los unicornios para que guiarán el mundo faérico.

Junto al resto de los espectadores, Karkaddan observaba la escena con un orgullo desbordante, convencido de que el destino que tanto habían soñado Kárida y él estaba a punto de materializarse. La atmósfera estaba cargada de expectativas mientras Breena se acercaba a la representante de los unicornios, cada paso del espíritu era seguido por miradas expectantes, y el corazón de Kárida latía al ritmo de los pasos del espíritu en forma de Ciervo del Bosque.

Sin embargo, en un giro inesperado, Breena cambió de dirección, desviándose del camino anticipado. Un murmullo de sorpresa se esparció entre los presentes; el espíritu estaba rompiendo el protocolo, dirigiéndose hacia una figura que no podía creer lo que sus ojos veían: Karianna. La joven, tomada por la incredulidad, balbuceó:

— No… no estoy preparada para esto.

169- LA DAMA BLANCA II

Personajes que aparecen en este Relato

LA DAMA BLANCA II

En el salón del trono de la Aguja de Nácar, Anya, la guardabosques, sintió cómo la desesperación se adueñaba de ella al darse cuenta de que su final estaba cerca. Su engaño había sido descubierto: había vivido entre ellos disfrazada de Karianna, usurpando el título de La Dama Blanca.

Kárida, la Dama Añil, empuñaba con firmeza el báculo de su hermana, apuntando hacia ella con determinación. Las esperanzas de Anya de regresar a su hogar, de volver a los brazos de su amado Aodhan y de ver crecer a  su hija, se desvanecían tan rápido como las sombras al amanecer. En esos momentos decisivos, un torrente de recuerdos sobre su llegada al Mundo Faérico la inundó, rememorando días cargados de maravilla e inocencia que, ahora, parecían pertenecer a un pasado distante.

Un año antes en la lejana tierra de Calamburia…

—¡Hay que cerrar el portal! —gritó Aodhan, el guardabosques, luchando con todas sus fuerzas mientras controlaba un enjambre furioso de zizzers. Estas pequeñas pero temibles criaturas, con sus escamas relucientes y alas membranosas, revoloteaban en el aire creando un zumbido ensordecedor. Emitían descargas eléctricas que chisporroteaban en el aire, intentando frenéticamente atravesar el portal.

A su alrededor, los demás guardabosques, agotados y sobrepasados, trataban de contener el caos desatado por la maldición de las brujas. La torre de magia estaba casi a su alcance, pero la fatiga y el incesante ataque de los zizzers les hacía cada vez más difícil avanzar.

—¡Es el momento de que conjures un manto de Luz y Eco! —exclamó Anya con urgencia dirigiéndose a su hija Brianna que luchaba valientemente contra el enjambre de zizzers. Los portales entre Calamburia y el Mundo Faérico se abrían por doquier y no conseguían estabilizarlos.

—Hay demasiados, madre. —respondió Brianna con una voz que oscilaba entre la determinación y la desesperación—. No lograremos contenerlos por mucho tiempo.

Anya, como una de las mejores guardabosques de Skuchain, conocía bien la gravedad de la situación. Mirando a su alrededor, sabía que la única solución era cerrar los portales desde dentro. Con el corazón en un puño y guiada por el deseo de proteger tanto a su familia como a los mundos que estaba destinada a guardar, tomó una difícil decisión.

Miró una última vez a su marido Aodhan y a su hija Brianna, que luchaban valientemente contra el enjambre de zizzers y se lanzó hacia uno de los portales adentrándose en el Bosque Mágico. Allí, conectando de forma profunda con la naturaleza, canalizó la magia ancestral de los guardabosques. Comenzó a conjurar un hechizo poderoso y antiguo, uno que requería de todo su ser para cerrar todos los portales y salvaguardar ambos mundos.

El aire vibró con la energía de su hechizo. Un torbellino de luz y poder que emanaba de Anya conectó cada portal con un hilo de magia pura. Mientras el hechizo se fortalecía, la figura de Anya se tornaba cada vez más etérea, como si estuviera sacrificando parte de su propia esencia para completar el ritual.

Mientras Anya se adentraba en el portal, Aodhan lanzaba un último ataque contra los zizzers, dispersándolos con un poderoso conjuro de guardabosques. Pero ya era tarde: Anya había desaparecido, sacrificando su propia libertad para salvar los dos mundos.

Finalmente, con un último esfuerzo sobrehumano, Anya logró sellar todos los portales. El Mundo Faérico y Calamburia quedaron protegidos. Exhausta y debilitada por la magnitud del poderoso hechizo, Anya cayó en un profundo sueño: su cuerpo y espíritu estaban consumidos por la magnitud de su sacrificio. La guardabosques descansaba, habiendo asegurado la seguridad de su hija Brianna, su amado Aodhan y de los mundos que había jurado proteger.

Karianna, la joven unicornia e hija menor de la Dama Blanca, vagaba por los límites de las Praderas Añil cuando vio a una mujer tendida en el suelo. Sin dudarlo corrió a socorrerla. Adoptó su forma humana y cogió a la desconocida entre sus brazos. La mujer estaba alarmantemente débil, y Karianna, movida por un instinto de compasión, decidió compartir su luz mágica con ella. Su cuerno empezó a brillar con un resplandor suave y curativo, transfiriendo energía vital a la extraña. A medida que el brillo del cuerno iluminaba el rostro de la desconocida, esta comenzó a recobrar su color y su semblante. Era fascinante: salvo por el cuerno, las dos eran como dos gotas de agua. Rubias, hermosas, de ojos claros y con un rostro pálido y radiante. Karianna, con la paciencia y serenidad que caracterizaba a los de su especie, esperó a que la mujer despertara. Se preguntaba quién podría ser y qué circunstancias habrían llevado a una criatura tan similar a ella a caer en un estado tan vulnerable en las praderas.

—¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy? —preguntó Anya confundida y desorientada.

—Tranquila —respondió la unicornia con suavidad—. Soy Karianna, hija de la Dama Blanca. Te encontré inconsciente en el suelo. Debiste caer en uno de los portales. ¿Cómo te llamas?

—Soy Anya. Soy guardabosques —explicó—. Estaba con mi esposo y mi hija intentando estabilizar los portales y entré en uno para cerrarlos desde dentro… y ahora… estoy atrapada aquí. ¡No podré volver a ver a mi familia!

La guardabosques rompió a llorar desconsolada mientras Karianna enjugaba sus lágrimas con un elegante pañuelo blanco. Se quedó todo el día junto a ella hasta que el cielo comenzó a oscurecerse. Al caer la noche, Karianna decidió llevar a Anya a su hogar, un lugar seguro donde podrían cuidarla. Al llegar, Kora, la tía de Karianna, les dio la bienvenida. Esta mágica unicornia, más joven que su madre tenía un cuerno único y elegante que se retorcía hacia la izquierda en una espiral iridiscente, reflejando destellos de colores como un arcoíris encerrado. En el reino añil, Se rumoreaba que la peculiaridad de su cuerno reflejaba su intensa vinculación con el Reino de las Hadas, algo no bien visto entre los de su especie. Kora recibió a las visitantes con una mezcla de sorpresa y preocupación. Rápidamente, preparó una habitación para Anya, asegurándose de que estuviera cerca de la suya para poder atenderla durante la noche. Exhaustas por los eventos del día las tres se retiraron a descansar. Necesitaban recuperar fuerzas para poder afrontar el día siguiente. Entonces tendrían tiempo para hablar más detenidamente y buscar una solución a la difícil situación de Anya. La guardabosques, aunque agradecida por la hospitalidad, no podía dejar de pensar en su familia y en su hogar, esperando encontrar una manera de regresar con ellos.

El sol entraba por los ventanales del precioso palacio de la hermana menor de la Dama Blanca, despertando a las mujeres. Aquella mañana, Anya se dirigió a reunirse con su anfitriona, tal y como habían acordado el día anterior. Durante su conversación Kora le compartió detalles sobre la familia real de los unicornios. Le explicó que su hermana, la Dama Blanca, y su sobrina, la Dama Añil, residían en la Aguja de Nácar, mientras que a ella le habían encomendado la responsabilidad de educar a la hija menor. Sin embargo, la tarea no había resultado tan fácil como cabría esperar. Si bien Karianna era una dulce y alegre potrilla, también era bastante traviesa. Solía salir a trotar por las praderas, la meseta, el Bosque Mágico e incluso iba al Estanque de la Polimorfosis a espiar a los incautos que decidían bañarse en sus aguas. La joven necesitaba protección, pero odiaba que su tía la acompañase a todas partes. Por eso, la anfitriona de Anya le propuso una solución: que la guardabosques acompañara a su sobrina en sus aventuras. De esta manera, Karianna tendría la compañía y protección que necesitaba y Anya podría informar rápidamente de cualquier problema que surgiera. La calamburiana aceptó de buen grado; la potrilla le transmitía una inmensa ternura y estaba segura de que disfrutaría de su compañía.

Mientras el sol se ocultaba tras las colinas tiñendo el cielo de tonos rosados y dorados, Anya contemplaba el horizonte desde el palacio. A su lado, Karianna, con su habitual alegría y energía, hablaba entusiasmada de sus planes para el día siguiente. Sin embargo, en el corazón de Anya un profundo anhelo seguía ardiendo: el deseo de reunirse con su familia. Aunque la separación era dolorosa, la presencia de su nueva amiga le brindaba consuelo y esperanza. La joven unicornia había traído un pequeño rayo de luz a su vida, y en su compañía, la calamburiana encontraba la fortaleza para enfrentar cada nuevo amanecer. Con cada aventura que compartían, crecía su convicción de que algún día encontraría el camino de regreso a su hogar y a sus seres queridos. Por ahora, se aferraba a la esperanza y a la amistad que había florecido en este inesperado rincón del mundo mágico. Con la mirada fija en el cielo que cambiaba de color, la guardabosques sabía que, mientras estuviera junto a Karianna, nunca estaría sola en su búsqueda.


Warning: Undefined array key "opcion_cookie" in /srv/vhost/reinodecalamburia.com/home/html/wp-content/plugins/click-datos-lopd/public/class-cdlopd-public.php on line 416

Warning: Undefined variable $input_porcentaje in /srv/vhost/reinodecalamburia.com/home/html/wp-content/plugins/click-datos-lopd/public/class-cdlopd-public.php on line 484