151 – LA DILIGENTE DISCRECIÓN

Kesia tomó el cubo lleno de agua y lo levantó del suelo. Lo hizo con esfuerzo y soltó un leve quejido al alzar el peso y colocárselo en la cabeza. Las mismas tareas cotidianas que durante años había hecho con facilidad, comenzaban ahora a suponerle un notable esfuerzo físico. Hacía un tiempo que cada uno de los quehaceres que llevaba a cabo en el templo parecían empeñados en recordarle a gritos que ya no era ninguna niña. Dentro de no muchos años, debería ceder el testigo. Así lo marcaba la tradición. No le gustaba pensar en ello, pero, en el fondo, sabía que era inevitable que, algún día, una nueva custodia —más joven y llena de energía— la sustituyera en su labor de asistir y servir a la Sacerdotisa. Tal era el destino de los Custodios del Templo: servir con diligente discreción y, más tarde o más temprano, marchitarse haciendo gala de esa misma discreción.

Pero ella se resistiría. Kesia sabía que no se podía luchar contra el paso del tiempo, pero llevaría sus labores hasta el mismo límite que marcaran sus fuerzas. Era la única manera de permanecer cerca de ella; de garantizarse que la seguiría viendo dormir, comer y sonreír. Y es que Naisha Denali, la todopoderosa Sacerdotisa del Templo, la gran Guardiana del Equilibro Elemental, era lo más parecido que Kesia Mishra había tenido jamás a una hija.

Vertió el agua en el caldero para calentarla y luego añadió dos leños más al fuego. Y, justo cuando empezó a rumiar sobre la necesidad de traer más leña, apareció él. Con su gesto sereno y su andar pausado, Kaju depositó el hatillo en el suelo. Hasta el momento en el que había oído el leve sonido de la madera contra el suelo, Kesia no se apercibió de la presencia del joven.

Al verlo colocar la nueva remesa de leña, pensó en el paso del tiempo y en cómo la cercanía respecto a las personas, a veces nos hace difícil percibir el cambio en las mismas. Observó a Kaju y se admiró —por primera vez en años— de cómo había crecido y hasta qué punto se había convertido en todo un hombre. Diligente y responsable; a la par que callado y taciturno. A todo el mundo le parecían cualidades encomiables para un buen Custodio del Templo, pero a Kesia le recordaban que, a diferencia de Naisha, el joven Kaju Dabán tendría una existencia inmerecidamente gris. Su actitud melancólica no hacía más que recordarle constantemente esa triste realidad. Suspiró y echó otro leño a la hoguera. El agua debía calentarse cuanto antes. Kesia Mishra escuchó la madera crepitar y su mirada se sintió atraída por el efecto hipnótico del fuego. La luz de la llama del hogar hizo que, a su mente, acudieran otras llamas. Llamas del pasado; llamas ya extintas.

Entre la luz anaranjada que se imprimía en sus pupilas, asaltó su mente de forma vívida su llegada a la aldea incendiada. El aire le traía el insoportable hedor de la carne calcinada y el humo se metía poco a poco en sus pulmones haciéndola toser. Penetró en el interior de la choza de la que parecía provenir la señal y, al retirar la cortina de pieles sintió cómo una ola de calor le abofeteaba el rostro. El techo de paja y las paredes ardían, y una viga de madera crujió viniéndose abajo. Nada de eso la detuvo. Seguía oyendo aquellas risas, las mismas risas que habían aparecido en sus sueños durante las últimas noches; las risas sinceras y abiertas de un bebé. Por eso estaba allí y por eso no podía marcharse, al menos no hasta cumplir su cometido. Solo era una novicia, pero los Elementos la habían elegido para cumplir una importante misión.

Al penetrar en la cabaña, se encontró con una imagen que nunca podría borrar de su mente: una recién nacida Naisha levitando sobre los restos de una cuna que el fuego casi había devorado. Al instante, supo que se encontraba ante aquella que lograría de nuevo el equilibrio elemental. Un inmenso poder emanaba de su cuerpecito de bebé y parecía protegerlo del calor de las llamas.

Sin embargo, Naisha no sonreía. Había en su rostro una expresión triste que, aunque contenida, escondía una profunda resignación. No había en ella felicidad alguna. La risa, sin embargo, seguía inundando la estancia; continuaba alzándose por encima del fuego. Miró a su alrededor entre las llamas que se extendían y vio una segunda cuna, milagrosamente intacta. Se acercó hasta ella y encontró un segundo bebé. Un bebé que, a pesar del incendio reía a pierna suelta poniendo el alma en cada carcajada. Kesia tomó al pequeño entre sus brazos. Esa risa la había guiado hasta allí, esa risa plena y sincera: abierta y sobrenatural.

Y así fue como Kaju Dabán entró en su vida. Y, paradójicamente, esa fue la última vez que le oyó reír. Llevó a los dos bebés al Templo de los Elementos. La niña fue proclamada Protectora de los Elemental, la reencarnación de la anterior sacerdotisa. Respecto al niño, pensó en entregarlo a cualquier hospicio, pero finalmente decidió llevarlo también con ella, pues tenía una fuerte corazonada sobre su destino. Para que fuera aceptado en el Templo, dijo a todos que se trataba del bebé de su difunta hermana. Nadie hijo demasiadas preguntas. Todos sabían que los bebés sin madre se convertirían, a medio plazo, en brazos que podrían servir en las tareas del Templo, algo que era cada vez más necesario ante la creciente falta de vocaciones.

Kaisa lo crio como si fuera su propio hijo y trató de procurarle tanto amor como el que le dio a la propia Naisha. Lo educó como Custodio enseñándole el valor de la abnegación y el servicio que ella misma había aprendido de sus superiores cuando era novicia. Para protegerle le dio un nombre falso: Kaju Dabán y le mantuvo en secreto su origen. Nunca le contó que, en realidad, era el hermano de la poderosa Sacerdotisa, ni tampoco las sorprendentes circunstancias en que los encontró. Le trató con cariño y llegó a amarlo como si de su propio vientre hubiera nacido. Y, sin embargo, nunca había llegado a verle realmente feliz. Nunca… excepto aquella vez. Fue durante una de las mayores amenazas que habían tenido que habría sufrido el equilibro elemental, cuando el taimado traficante de almas que se hacía llamar Van Bakari estuvo a punto de destruir el templo. Cuando Kaju y ella llegaron al Gran Salón de los Elementos, los redivivos habían sido rechazados y habían escapado de nuevo a refugiarse en la ciénaga a la que pertenecían, aunque no sin antes causar ciertos estragos en el propio templo. A Kesia se le heló la sangre cuando vio a su dulce niña, la Sacerdotisa de los Elementos yacía inconsciente en el suelo, con las piernas aprisionadas por una columna que se había desplomado. El guardián Nimai, llamado la Espada Insomne, y dos hermosas doncellas que, por su atuendo, parecían salidas de la mismísima Corte de Ámbar, trataban infructuosamente de retirar la inmensa mole de piedra que aprisionaba el cuerpo de la Sacerdotisa. Kesia se sumó a los esfuerzos poniendo todo su ahínco en ayudar a liberar a su pequeña Naisha antes de que fuera demasiado tarde. Kaju, sin embargo, se había quedado quieto, mirando la escena con todos los músculos de su cuerpo en máxima tensión. ¿Qué le ocurría? ¿Por qué no acudía en ayuda de aquellos que trataban de liberar a la Sacerdotisa?

En aquel mismo instante, se desató el milagro. Los ojos de Kaju Dabán se pusieron en blanco y un aura brillante le envolvió. A Kesia le pareció oír entonces, de nuevo, la risa abierta y sanadora del bebé que, años antes la había guiado hasta Naisha. De repente, una gran fuerza emanó del cuerpo de Kaju que se tensó aún más como sacudido por una corriente de energía de inconmensurable poder. El trozo de columna de desintegró ante los ojos atónitos de los presentes que, aún acostumbrados a los prodigios, no esperaban ni ese último fenómeno ni mucho menos su origen.

Una vez liberado el cuerpo de Naisha, Nimai se abalanzó sobre ella y la tomó en sus brazos. No respiraba y sus heridas en las piernas y el torso eran graves. Sin embargo, antes de que nadie el resto pudiera reaccionar, el cuerpo de Kaju se sacudió por segunda vez emitiendo una luz blanca y cegadora. Tras ese último espasmo, cayó al suelo desvaneciéndose víctima del sobresfuerzo. Kesia gritó su nombre y acudió en su ayuda. Las cortesanas que observaban atónitas la prodigiosa escena se miraron entre ellas constatando su mutuo estupor.

Al volver la vista sobre el cuerpo de Naisha, Nimai pudo ver con asombro que, como por encanto, la Sacerdotisa había recuperado el color de sus mejillas y sus heridas parecían haber sanado. Abrió los ojos y preguntó algo confusa: «¿Nimai, dónde estoy?».

Kesia logró reanimar a Kaju que tenía el cuerpo dolorido y parecía no recordar nada de lo sucedido. Luego hizo prometer a Nimai Kalu “La espada Insomne”, a Beatrice y Anabella que no hablarían con nadie de lo allí sucedido. Y así fue pues, por la naturaleza de sus profesiones, los protectores y las cortesanas, saben mejor que nadie mantener un secreto.

—Kesia —la llamó Kaju con su suave y discreta voz—, el agua ya hierbe.

Ella volvió en sí. ¿Cuánto tiempo había estado ausente?

—Cierto, gracias Kaju. Lo cierto es que hoy no se dónde tengo la cabeza. ¿Puedes acercarme las verduras?

—Oigo y obedezco —respondió Kaju Dabán utilizando el lema de los Custodios con su habitual y diligente discreción.

 


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