133 – UN NAVÍO SIN CAPITÁN

Los piratas están acostumbrados a la jerarquía. Pese a lo que pueda parecer, los lobos de mar se convierten en eficientes máquinas engrasadas cuando estallan las tormentas y cada tripulación funciona como una mente colmena para poder sobrevivir a un naufragio seguro. El mar es un capitán implacable que exige y demanda sin ningún tipo de contemplaciones, convirtiendo a la escoria de la humanidad en eficientes soldados una vez que pisan la cubierta de un barco.

Por desgracia, esto solo se aplica cuando están en alta mar. En cuanto ponen un pie en tierra, cualquier pirata vuelve a su ser, es decir: a una criatura anárquica, cruel, vil e interesada que conoce la jerarquía y las inclemencias del tiempo y que piensa ahogarlas en el fondo de una botella o en los pechos de alguna cortesana.

Pero ahora, la Isla Kalzaria, vertedero del mundo civilizado y entrañable hogar pirata, tenía una líder sin par que además poseía una corona y un trono de huesos. Mairim Lancaster gobierna la isla de la única manera que sabe: no lo hace. Todo el mundo sabe que el acuerdo pactado con la Reina Sancha era más bien un indulto y que en realidad el título de Reino Pirata no les daba ningún tipo de ventaja económica (el comercio de Kalzaria se basaba en el robo y el saqueo) ni tampoco política (muchos piratas usaban el adjetivo de “político” para insultar a sus semejantes), sino más bien un breve respiro antes de que la Reina Urraca volviese a construir su gran Armada y los pasasen a todos por la quilla. Hasta que eso ocurriese, los piratas y corsarios de la isla tenían mucho dinero robado que gastar y Mairim podía seguir gritando en su trono todo lo que quisiese.

Y gritar, lo que es gritar, gritaba mucho. Sus gritos rebotaban por los techos mal construidos de la capital pirata, a la que nadie se había molestado en poner nombre. Algunos la llamaban cariñosamente “Patíbulo”, con el mismo afecto que se tiene a un gato gordo y malcarado con un ojo tuerto. La urbe era tan acogedora como su apodo, con una mezcolanza de edificios variopintos, desde grandes mansiones que vieron tiempos mejores hace cientos de año y casuchas y chabolas sujetas gracias a capas de mugre y alcohol derramado. El fuerte de Efrain Jacobs dominaba la ciudad en una colina, pero no era la envidia de nadie ya que todos opinaban que en caso de ataque, el fuerte recibiría todos los cañonazos mientras el resto de la ciudad desertaría a toda prisa.

Una de esas antiguas mansiones había sido ocupada por Mairim para oficiar de palacio, sala de audiencias y lugar de reunión para sus lugartenientes. La idea era buena pero tenía varios problemas: la primera, que no tenía lugartenientes porque todos estaban emborrachándose o dormidos o en alguna cuneta, y la segunda, que el edificio antes de ser ocupado era una enorme taberna y de hecho, seguía siéndolo. A los dueños no les había importado que su nueva reina ocupase el sistema de cuevas situado bajo la antigua mansión. Ahí abajo, sus gritos resonaban menos.

– TIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIITOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO – berreaba la jóven, usando sus manos como bocina..

– Hermana si vuelves a gritar así te juro que volverás a despertar el Leviatán – dijo Morgana, frunciendo el ceño con fastidio y lanzando un cuchillo hacia arriba para cogerlo de nuevo en su caída con la mano.

– Pero… pero es que mi Tito no está y lo necesito – dijo Mairim, girándose hacia su hermanastra haciendo pucheros.

– El mar está agitado. El sol no luce como debería y la luz tenue del día no nos prepara para lo que viene por la noche. Hasta los más borrachos de este agujero de mala muerte buscan refugio al caer el alba.

– ¿Y si mi tito no ha encontrado refugio? ¡No puedo hacer nada sin él! – explotó en dramáticos sollozos Mairim.

Morgana lanzó el cuchillo, plantándolo en una pared de la cueva.

– ¡Basta ya Mairim! Lograste lo que para los piratas es una victoria, tienes ya tu dichoso trono de huesos: ya va siendo hora que te comportes como una líder de verdad – exclamó con los brazos en jarras la mercenaria.

Mairim miró de reojo a su hermanastra y sonrió con cómica maldad.

– Eso solo me lo dices porque estás muy enfadada por que te hayan abandonado todos tus mercenarios y Ranulf – dijo con sorprendente malicia la chica.

– ¡No me han abandonado! ¡Me han…traicionado! ¡Bastardos supersticiosos! Y Ranulf el peor de ellos, el Titán sabe dónde andarán – exclamó Morgana, haciendo aspavientos y arrancando con fuerza el cuchillo de la pared.

Justo detrás de la pared, el joven Cameron esperaba nervioso y dio un respingo que casi hace que se le salte el corazón por la boca. El viaje a Kalzaria había sido más largo de lo que pensaba y tenía poco tiempo, pero no lograba juntar las fuerzas para cruzar la puerta. Encontrarte por primera vez con la persona con la que amas es la mayor de las aventuras. Juntando todas sus fuerzas,se asomó por el pasadizo a la sala de audiencias.

– Perdón… ¿vengo en mal momento? – dijo una voz masculina.

Las dos hermanastras miraron fijamente al recién llegado. Había algo extraño en el rostro del joven, o quizás en su manera de moverse.. Y ese bigote no parecía del todo en su sitio.

– Sí – aclaró fríamente Morgana taladrándole con la mirada.

– ¡No, pasa pasa! Lo que más me gusta es recibir “súbitos” – dijo Mairim alegremente, pronunciando mal la palabra y sentándose de un salto en el montón de huesos con respaldo.

Cameron miraba embobado a quién le había acompañado en sueños todo ese tiempo. Era tan guapa como en sus ensoñaciones, tan guapa como cuando la vio la primera vez, tan guapa como describía él  mismo en cartas firmadas con otro nombre.

– A sus pies, su majestad, Mairim, Reina de todos los mares – su torpe reverencia casi lo lanza al suelo. El sudor frío recorría su espalda.

– ¡Oh sí, soy la mejor Reina! – dijo aplaudiendo encantada Mairim -. Dime valiente marinero, ¿qué es lo que quieres?

El piropo impactó en el muchacho como si de una bola de cañón se tratase. Se quedó boqueando “valiente” en silencio mirando con ojos como platos a Mairim.

– Hermana. Creo que este chico se ha caído de un mástil o algo. Y tiene algo extraño que no acabo de entender.

– ¡Ah! ¡Perdonad! – Cameron carraspeó fuerte y agitó la cabeza. “Concéntrate, no lo arruines todo ahora!” -. Vengo a pedir ayuda ya que he perdido a mi Capitán en una terrible y oscura tormenta. Venía para ver si mi reina sabía algo de él o quisiese ayudarme a buscarlo.

– Hay muchos capitanes. ¿Cuál es ese que debería poner en su búsqueda a la gran Mairim Lancaster? – preguntó Morgana con desdén.

– Mi señora Mairim lo conoce, le escribe muchas cartas, muy bien escritas y con gran estilo, debo decir. Tengo por aquí un retrato suyo, que colgaba en su camarote…

El grumete descartó numerosos pergaminos, probablemente mapas, hasta sacar de su morral uno especialmente arrugado. Lo desarrolló para mostrar el perfil un tanto borroso de un hombre ataviado con todas las galas de un capitán de navío, con una pose orgullosa y señalando vigorosamente hacia el frente.

– Vaya, tiene pinta de ser otro idiota emperifollado – descartó Morgana con un ademán.

Pero no fue el mismo efecto que provocó en Mairim. La joven tenía los ojos vidriosos con la boca abriéndose cada vez más.

– ¡Es el famoso Capitán Walter Kennedy! ¡El descubridor de mundos! – dijo emocionada dando saltitos.

– ¡El mismo! – dijo satisfecho Cameron.

– ¡El valiente  capitán de la Reina Sancha, que va a descubrir civilizaciones enteras!

A Cameron no le gustó el cariz que estaba tomando el asunto.

– Si, bueno, aún no ha descubierto nada, estamos en ello pero…

– ¡Y es tan guapo!

– Yo diría que más bien normalito. Habladurías sobre todo.

– ¡E intrépido!

– Antes era un vendedor de alfombras. Tampoco es que sea lo más intrépido del mundo – refunfuñó Cameron, sabiendo que la jugada le estaba saliendo bastante mal.

– ¡Y un artista con la poesía porque me escribe cosas super bonitas! – remató Mairim, suspirando de teatral amor.

Cameron se rindió. Se visualizó a sí mismo escribiendo dichas cartas a la luz de una vela, mientras su querido Capitán se quedaba dormido babeando el escritorio de su camarote. Muchas veces firmaba las cartas sin leerlas siquiera.

– Sí que escribe bonito, sí – dijo con voz triste dejando caer los hombros.

– Un momento, ¿La Reina Sancha? ¿Por qué no dejas que arregle el Palacio de Ámbar sus propios asuntos? Creo que deberíamos dejarlo correr, no merece la pena – interrumpió Morgana, sabiendo que era una batalla perdida de antemano.

– ¡Claro que merece la pena! ¡El amor todo lo merece! – respondió levantándose de un salto.

– ¿Amor? – gritaron al unísono Morgana y Cameron, incrédulos.

– Pero si sólo has hablado con él a través de cartas.

– En persona pierde, se lo aseguro…

– Hermanita, está decidido. Vamos a ir en búsqueda del Capitán, lo rescataremos de donde sea que esté y me casaré con él. Bueno primero nos daremos besitos, luego ya veremos.

Mientras Morgana ponía los ojos en blanco y escupía al suelo, la cara de Cameron palideció.

– ¿Be…besitos?

Mairim saltó del trono y empezó a hacer piruetas bajo la anonadada mirada del grumete.

– Anímate, chaval, parece ser el día de suerte de tú capitán. Cuando a Mairim se le mete algo entre ceja y ceja, no hay manera de sacarla de ese camino.

Las peores pesadillas de Cameron se hicieron realidad. Supo que cuando aceptó escribir esas cartas, se estaba metiendo en un buen lío. Sabía que aceptar la petición de su nuevo Capitán solo le iba a traer problemas, pero era una manera de escribir todo lo que sentía por Mairim y hacérselo saber directamente. Ahora el plan había fracasado miserablemente: Mairim estaba enamorada hasta las trancas del Capitán y ni miraba a Cameron. Tenía que jugar muy bien sus cartas para lograr conquistar a la Reina Corsaria.

Y si eso fuera poco, tendría que lidiar con su otro “trabajo”.

Ah!

Y con el hecho de en realidad, ser una mujer.


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